Desde hace varias semanas muchas casas encuestadoras de prestigio nacional coinciden en una sola cosa: Enrique Peña Nieto, con una ventaja contundente en las preferencias electorales, es hoy —tal vez mañana no— el “virtual” presidente de México.
No sé hasta qué punto debemos consagrar nuestra atención a las “anticipaciones” estadísticas de los últimos días. En más de una ocasión nos han demostrado su rotunda incapacidad para predecir, “exante” a la elección, una tendencia electoral certera a largo plazo.
Ni Grupo Reforma, Consulta Mitofsky o María de las Heras nos adelantaron en septiembre de 2005, y tampoco lo hicieron en junio de 2006, que la distancia entre la primera y segunda fuerza sería de poco más de 200 mil votos, de tan sólo 0.74 por ciento de la votación total emitida.
El espacio público no es una arena virtual —amén de las redes sociales— altamente pronosticable, sino una demarcación real donde “la institucionalización de la incertidumbre” —a propósito de una vieja cláusula de Przeworski—, precede y constituye a toda democracia.
Vivir en un país sacado de una novela de ficción nos ha enseñado que “la historia siempre está por escribirse”. Que cada elección nos abre la posibilidad para “un nuevo comienzo”. Sin embargo, y como en cualquier espectro fraccionario acontece, existen precandidatos que le apuestan a la continuidad sin importares las consecuencias tan depravadoras y deleznables que un posicionamiento como éste implica: Josefina Vázquez Mota, alineándose claramente al mandato presidencial, es una muestra del daño de este ejemplo.
El único contendiente que por la suerte de su género, y por azares de la naturaleza, supondría una actitud mucho más conciliadora y menos bélica nos ha dado “la sorpresa del siglo” en el tema de las campañas rumbo al 2012.
Josefina Vázquez Mota aseguró que, de llegar a la presidencia, continuará el combate a la delincuencia y el crimen organizado que actualmente instrumenta el gobierno de Felipe Calderón. Su gran carta de presentación, lo único que esta mujer realmente podía capitalizar en el espacio público de las campañas, se esfumó por los aires de casinos incendiados y de ríos que escupen muerte, dolor y sangre.
El discurso de Josefina Vázquez Mota, fue poco más que escalofriante. Ignorando la doctrina —quiero así pensarlo— que alguna vez aprendió en las aulas del Partido Acción Nacional, su versión de los hechos recientes es tan autista como absurda: el presidente Calderón es un héroe nacional, incomprendido y frustrado por los obstáculos que el poder Judicial le ha impuesto a la función Ejecutiva; para esta señora, el país se resume en un esquema de conflictos bipolares entre contrarios y enemigos —por primera vez dejó entrever un pretorianismo más recalcitrante que el del mismo Calderón—.
En una palabra “los malos” deben ser aniquilados para que el resto de los ciudadanos podamos vivir tranquilos; desde luego, la incapacidad intelectual de Vázquez Mota le impide preguntarse lo siguiente: ¿y mientras tanto, qué será de nosotros? En tanto presenciamos el escándalo de la violencia en México sólo podemos decir que van más 50 mil muertos y siguen sumándose.
El arte de la política