Después de un descalabro electoral, superior a 20 puntos porcentuales de la votación total emitida, sopesado por el Partido Revolucionario Institucional durante los comicios pasados, el PRI y su Comité Ejecutivo Municipal en la capital de la entidad, han encarado con más pena que gloria el incómodo lugar del “partido opositor” en el ayuntamiento de Puebla.
La impresión es unánime en cada caso: a pesar de las alternancias ocurridas trienios atrás, el tricolor no cede antes los “encantos” de la democracia, pues no termina por acostumbrarse a hacer de una práctica simple la regla de su permanencia: adaptarse y asimilar “la sana distancia” entre la estructura del municipio y los aparatos del partido. De manera sintética esa es la fuente de los todas las problemáticas por las que el PRI atraviesa y, desde luego, esa es la razón última escondida tras el escándalo de su ruptura sistemática.
En esta ocasión el pretexto que motivó la discusión entre dos coaliciones de intereses “irreconciliables” al interior del PRI municipal fue, para variar, el mismo de siempre: el reclamo ocurrió por la legalidad de los procedimientos así como por el apego a los reglamentos para la renovación de sus cúpulas dirigentes. No sé desde cuándo al tricolor le preocupan estas cosas; sólo me resulta curioso y cómico el hecho de que hayan tomado una bandera como esta para reclamar transparencia, justicia y equidad en los términos de su contienda interna.
El asunto estriba en que José Rocha y Pilar Portillo no han reconocido a la dirigencia del Comité Municipal encabezada por Claudia Hernández Mediana e Iván Galindo. Los disidentes culparon a “la cargada” —no aclararon de quién— de la imposición de líderes “espurios” —ahora hasta los priistas imitan el lenguaje de Andrés Manuel—, así como de la fractura interna que, en honor a la verdad, sólo ellos protagonizan.
En defensa de su causa, José Rocha hizo algo inaudito: se puso a leer y revisó los reglamentos internos sosteniendo la legitimidad de su demanda según lo dispuesto por el artículo 150 y 163 de la normatividad referida. Pese a su “fortaleza argumentativa”, Rocha declinó inscribirse causando “mucho ruido” y tronando “muy pocas nueces”. Hoy en día es “todo un ejemplo de rectitud”: la disciplina partidista finalmente le llegó al cuello. Al menos eso quiero pensar.
No hay final feliz para esta historia. Este domingo se espera la toma de protesta del Comité Municipal del Partido Revolucionario Institucional. Desde luego, la problemática central, más allá de pleitos de vecindad nos lleva a una pregunta incidental: ¿quién nos dijo que los partidos políticos eran democráticos?
Los partidos son organizaciones que antes de asegurar el triunfo electoral deben, por principio de cuentas, mantener la cohesión de la estructura organizativa. Si en un partido aún funciona “la línea de las jerarquías” es en el PRI; sus decisiones son verticales y ninguna protesta, por más pueblerina o problemática que parezca, va a hacer reconsiderar una decisión cupular. Espero que a José Rocha y compañía les haya quedado claro cómo funciona el partido en el que desde hace años “militan”.
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