La grave crisis que vive hoy el presidente Felipe Calderón, lo ha llevado a tomar decisiones que en otras circunstancias perecerían impensables.
Todo arrancó el 23 de diciembre de 2008 cuando tras la decapitación de ocho soldados en Guerrero, el presidente lanzó una declaratoria de guerra en contra del narcotráfico pretendiendo dar un fuerte golpe mediático y así detener su inmintente caída en términos de imagen y confianza.
Justo a la mitad de su sexenio se sumaron a la crisis de credibilidad presidencial los constantes golpes al bolsillo de la dominante clase media nacional, sumados a la guerra pérdida frente al narco, lo llevaron a sucumbir ante su odiado PRI el liderazgo de San Lázaro mediante una humillante derrota electoral.
Si a esos factores agregamos la pérdida de su principal operador, Juan Camilo Mouriño —en un sospechoso accidente—, nos encontramos con un Ejecutivo más que debilitado a menos de un año de la elección presidencial.
Sin embargo, personajes ligados a las altas esferas nacionales aseguran que Felipe Calderón preparaba una nueva embestida electoral, gracias a los resultados recientes de las encuestas sobre la aprobación a la administración calderonista, las cuales marcaban destellos de cierta recuperación y aderezada con el masaje al corazón que recibió del pueblo de Jalisco en la inauguración y clausura de los Juegos Panamericanos, situaciones que lo hicieron pensar que no todo estaba perdido.
De ahí que iniciara una multimillonaria operación electoral en favor de su hermana “Cocoa”, quien simplemente recibió el apoyo de la megaestructura federal para intentar ganar la elección en Michoacán.
Para la mala fortuna de las aspiraciones extrasexenales del calderonismo, la derrota cayó como un balde de agua fría, justo tres días después de la muerte del secretario de Gobernación Francisco Blake.
Y es precisamente la muerte de Blake la que parece haberle hecho perder los estribos al decadente presidente.
Dejando al margen las extrañas causas de este “accidente”, resulta revelador cómo Calderón ha ido perdiendo sus principales cartas y ha tenido que echar mano de sus operadores políticos y elevarlos a cargos de primer nivel.
Sin duda es el caso de Alejandro Poiré, quien sus antecedentes partidistas y de espía profesional lo convierten, más que en un jefe de las políticas públicas del país en un operador electoral de cara al 2012.
A mi juicio, más que una jugada maestra de ajedrez me parece una más de las medidas desesperadas del presidente Calderón.
Ahora bien, si algo hay que tomar en cuenta es que un hombre desesperado con poder se convierte en un tipo altamente peligroso, capaz de cualquier locura.
Insisto, de cualquier locura.