Entre editorialistas y “líderes de opinión”, en la prensa y en lo profundo de la clase política local, entre ciudadanos informados —o más bien politizados—, el tema sigue siendo recurrente: el modo y la forma, “las señales”, consecuencias e implicaciones inmersas en un hecho tan mundano como la visita del precandidato del PRI a la Presidencia de la República, sin duda, ha cooptado la importancia de todos y le ha quitado el sueño a varios.
No cabe duda que muchos “no negaron la cruz de su parroquia”: nadie perdió la oportunidad para acudir al “besamanos” al más clásico estilo corporativo y clientelar del viejo PRI que, por cierto, se esconde tras un “copete” muy bien peinado y se dice “nuevo” avergonzado de los excesos que lo estigmatizaron, pero enorgulleciéndose en sus discursos de la justicia social y el pragmatismo revolucionario que lo enarbolaron como un partido del pueblo al servicio del mismo.
El PRI es hoy una contradicción en sí misma reflejada en la singular figura de su “precandidato” presidencial: un hombre relativamente joven, ignorante, hábil para el discurso bien aprendido y memorizado, ambicioso, sagaz para el encono tendencioso, con fractales entre liberales y benefactores —por aquello de los votos—, con palabras llenas de reiterativos a la pobreza que comulgan con acciones que la desprecian y, por si todo eso fuera poco, seductor y buen mozo. Ante semejante escenario y personaje, tres cuartas partes de la clase política poblana no resistieron la embestida y acudieron frente a su “rey taumaturgo”: ocho décadas ininterrumpidas de persistencia autoritaria confirmaron su factura este martes de manera ineludible.
Contrario a lo que dice el dicho del “jarrito”: todos cupieron pero no se supieron acomodar. La presencia de Mario Marín sacó ámpula entre varias coaliciones de intereses “resentidas” con el exgobernador. El hecho en sí mismo, más allá de la alegoría de una buena foto, exhibe una fractura profunda que el PRI local no ha podido superar y que nos remite a la derrota electoral de 2010. No olvidemos que el Revolucionario Institucional perdió la elección en el municipio de Puebla por casi 20 puntos porcentuales y la gubernatura por poco más de 10. ¿Me pregunto si los asesores de Enrique Peña Nieto le han advertido al “precandidato” sobre la proeza que implican “hacer campaña” bajo éstos males?
No quisiera estar en sus zapatos, porque sería todo un reto explicarle a Peña Nieto cómo funciona su partido. Me refiero al comportamiento espacial de las coaliciones de intereses regionales, con pactos y agendas propias en cada estado; también a la indeterminación del votante medio priista que, ante la decepción o el encono suele abstenerse en vez de votar por su partido; sin olvidar el papel de las contiendas locales —15 entidades si la cuenta no me falla— y el voto diferenciado que producen; las redes sociales, plagadas de electores decisivos, espacio dónde el “precandidato” se ha ganado el competido sitio del enemigo público número uno. No abrumemos al Enrique Peña Nieto con semejantes refutaciones, dejemos que memorice sus notas y se acomode en paz el copete.