Cuando arrancó la campaña todos enjuiciamos el contenido, la producción y la presencia de los candidatos presidenciales en los spots televisivos.
De acuerdo con las mediciones que las empresas encuestadoras realizaron, el mejor librado fue Peña Nieto, López Obrador pasó sin pena ni gloria, mientras que Vázquez Mota tiró por la borda su imagen con una fallida estrategia de comunicación.
Unidos los spots, a sus tropiezos constantes y a la debacle en las encuestas, se ordenó la inclusión de los asesores calderonistas al equipo de “La Jefa” (sic), y con ellos llegó la “campaña negra” contra el abanderado priista.
Dice el dicharachero que “juego que tiene desquite, ni quien se pique”.
Sin embargo, este refrán parece no aplicar en las campañas presidenciales, en donde la “guerra sucia” se desató la noche del martes con todos los riesgos y las consecuencias que ésta implica.
Para entender el alcance y las probables consecuencias de los ataques en contra de Peña Nieto por parte de los infiltrados calderonistas, vale la pena recordar lo sucedido en Puebla, donde los ataques personales y directos en contra del entonces candidato Rafael Moreno Valle abrieron heridas que nunca sanaron y cuya revancha la padecen hasta hoy los miembros de la burbuja marinista.
Hay que recordar que cuando Moreno Valle emparejó las encuestas con López Zavala, el marinismo lanzó una última y desesperada arremetida contra Moreno Valle, la cual tocó fibras muy sensibles para el candidato multipartidista. En ese entonces, el grupo político en el poder se jugó el todo por el todo para conservarlo, con todos los peligros que implicaban las bombas lanzadas en caso de una derrota.
Los marinistas corrieron el riesgo, perdieron y hoy pagan las consecuencias a través de una voraz persecución en su contra.
Así son las reglas no escritas de la política.
En esa misma lógica, el presidente Calderón decidió jugar sus últimas cartas enviando a sus maquiavélicos asesores para intentar darle un giro a la elección, sabiendo los riesgos que representa perder en medio de una “guerra sucia” contra Peña Nieto.
Felipe Calderón, al ver que Enrique Peña doblaba en las encuestas a su candidata tenía de dos sopas: o mantenerse al margen de la contienda para garantizar una transición tersa como en su momento lo hizo Ernesto Zedillo, o “quemar sus naves” mandando a toda su armada a pelear por mantener la Presidencia.
La decisión que Calderón tomó salta a la vista y ya no hay marcha atrás.
Si la “campaña negra” contra el priista no le es suficiente para revertir la abismal diferencia, irremediablemente vendrán los tiempos de la revancha para Peña.
Y con la derrota panista llegarán las persecuciones, las aprehensiones y el descrédito social.
Porque, insisto, ¡así son las reglas de la política!
El cinismo cunde entre candidatas
Por estricta justicia, los mismos comentarios externados en esta columna hacia Leticia Jasso debo dirigirlos a la panista Augusta Díaz de Rivera, quien busca ser senadora sin solicitar licencia a la diputación federal, para cobrar su dieta mientras hace campaña.
Desfachatez, cinismo, voracidad, desvergüenza y descaro; en fin, llámenle como quieran, pero no concibo que sean tan caraduras para pedir el voto sabiendo su pecado.
Contracara