Un sinfín de corruptelas son las que suceden diariamente en la Secretaría del Transporte, a través del segundo de abordo de esa dependencia, Carlos Manuel Zurita.
Entre sus negros proyectos se encuentra el programa “2 por 1” para el canje de mototaxis. Quiero suponer que a las espaldas del titular, Bernardo Huerta, su subsecretario se ha dedicado a “depurar” el programa de sustitución de mototaxis para beneficiar a sus amigos. Hasta ahora son cien las unidades de taxis locales que se han entregado, abarcando sólo un 10 por ciento del total de lo que hasta ahora debiera haber avanzado el programa.
Sin embargo, lo que está dando resultados es el negocio que fraguó el responsable de este programa, Carlos Manuel Zurita, para que sean unos cuantos los que reciban sus nuevas unidades.
Recordemos que el proyecto original implica que los propietarios de los mototaxis entregarán sus unidades a cambio de 10 mil pesos, los cuales se depositan a una financiera como enganche, con lo cual reciben su automóvil nuevo con un crédito a largo plazo.
Hasta ahí todo suena lógico y entendible.
Sin embargo, en días pasados se presentaron en el auditorio de la Secretaría de Transporte un grupo de propietarios de mototaxis para desnudar el negocio que realizan los funcionarios de la ST para el canje de unidades, describiendo el modus operandi de Zurita y compañía. Los indignados del transporte denunciaron que se están beneficiando personas ajenas a los mototaxistas y que las unidades se las otorgan a terceros. Es decir, a través de este sistema el subsecretario encontró la forma de otorgar nuevas licencias de taxis a sus amigos, simulando que eran dueños de mototaxis. En resumen, entregan documentos de mototaxis “pirata”, para que —a cambio— les entreguen sus placas de taxi sin costo oficial.
¡Vaya negocio!
Con unos cuantos pesos compran un mototaxi viejo, incluso lo fabrican y reciben a cambio los 10 mil pesos del enganche y el permiso oficial de taxi local. Todo indica que los responsables directos de esta transa son el subsecretario Carlos Manuel Zurita, a través de su secretario particular, Sebastián Lagunes Reyes, gente cercana al extitular de la antigua SCT, Rómulo Arredondo. Este último personaje es el encargado de comprar las facturas de los motocarros poniéndolas a nombres de terceros, para adjudicarse las unidades y no levantar sospechas.
Pero en la inconformidad de los transportistas hay mucha tela de donde cortar. Primero, hicieron públicas las presiones de las que eran objeto para vender sus facturas, esta tarea recae en Rufino Reyes Soledad —delegado de la SCT en los tiempos marinistas—, del que gracias a sus buenos oficios le entrega jugosas ganancias al subsecretario Zurita.
Pero la corrupción y el cinismo de nuestro flamante funcionario es que no sólo está haciendo negocio con el recurso proveniente del gobierno, sino que además presiona y engatusa a los mototaxistas para caer en su juego.
Por si algo faltara, los brazos del subsecretario Zurita se han extendido hasta el Congreso local, ya que —según las acusaciones de los propios transportistas— cuenta con el respaldo del presidente de la Comisión del Transporte, el perredista Jorge Garcilazo.
Quién lo diría, un panista aliado con un perredista para operar de la misma forma en que lo hacían los priistas.
Y aquí les va la última.
Resulta que nuestros personajes de hoy no paran de lamerse los bigotes, ya que están a punto de hacer el negocio de su vida con la posible compra de más de 15 concesiones de la ruta Tercer Milenio.
La operación del subsecretario Zurita marcha a todo vapor para beneficiar a Garcilazo a través de la fructífera ruta Tercer Milenio.
Y salta la duda: ¿Estará enterado Bernardo Huerta de todos estos negocios realizado por debajo de la mesa y bajo el supuesto amparo de la ley?
¿Con qué cara le explicarán al gobernador el fracaso del programa que supuestamente estaría concluido al 100 por ciento el mes de julio?
Sin duda, la corrupción en la Secretaría del Transporte está en su apogeo.
Todo esto sucede en el estado en donde “nadie está por encima de la ley”.
De lengua me como un plato.
La ST, un mar de corrupción
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