Fernando Manzanilla, Jorge Aguilar Chedraui y Antonio Gali, los tres secretarios del estado, iniciaron oficialmente la pugna por la candidatura a la presidencia municipal de Puebla. Pese a los cambios en la ley que establen que el proceso electoral inicia oficialmente la primera semana de febrero, los funcionarios simplemente requieren del ingrediente principal en la selección del elegido: un alto nivel de conocimiento.
La aparición de espectaculares con el rostro de las tres principales cartas del gobernador Rafael Moreno Valle, en los que se anuncian con distintas marcas pero con el mismo fin, es el inicio de una guerra anunciada pues hasta hoy los neopolíticos se encuentras en la misma realidad y circunstancia. Los poblanos no saben quiénes son, qué hacen y mucho menos de dónde salieron. En una Puebla de costumbres, la manera de hacer política no es la excepción. Cada partido, en alianza o sin ella, tiene sus formas y sus fondos. No es casualidad que casi a la par los tres altos funcionarios del gobierno del estado iniciaron abiertamente (por que lo hacían dentro del circulo rojo) su más ardua batalla, pues no sólo se enfrentan entre ellos a personajes con capacidad de triunfo, sino a un partido político en ruinas que no tiene, por lo menos hasta hoy, ni pies ni cabeza.
Para ventaja de los panistas, el Revolucionario Institucional no canta mal las rancheras —como dicen en mi pueblo— y es que pese al triunfo de Enrique Peña Nieto la situación tricolor en Puebla está peor que nunca. Qué pensarán los aspirantes priistas de Chedraui, Manzanilla y Gali. Estos últimos, a diferencia de los otros tienen luz verde para empezar la puja, cuentan con recursos y la mejor parte: cualquiera de ellos será muy bien recibido por quien gobierna esta entidad.
Los posibles candidatos priistas tendrán no sólo que ponerse las pilas, sino contar por lo menos con el mismo nivel que los personajes antes mencionados que, nos agraden o no, parecen contar con todo lo necesario para captar la simpatía de los poblanos, pues de entrada rompen con el estereotipo del político de antaño y dan continuidad —aunque a algunos les duela la panza— a los gobiernos de nueva generación.
Los priistas la tienen más que complicada.