Se fue Felipe Calderón. Para muchos, el presidente de los 65 mil muertos, para otros el mandatario del siglo. Bien dicen que cada humano tiene o carece de la capacidad para ver el vaso medio vacío o en su versión optimista, medio lleno.
La llegada del nuevo presidente de México, Enrique Peña Nieto, no sólo provoca incertidumbre entre los gobernados, sino expectativas que rebasan cualquier realidad alcanzable. Debe reconocerse que existen evidentes progresos en México consecuencia de las acertadas decisiones de Felipe Calderón y su equipo; un ejemplo de eso, el crecimiento en la macroeconomía de nuestro país y, por qué no decirlo, la ampliación de los programas de salud.
Sin embargo, la “envalentonada” decisión de declararle la guerra al crimen organizado sin una estrategia que previera los daños colaterales que cobró la vida a miles de ciudadanos que se encontraban en el lugar y momento equivocados, será recordada por todos. Y éstos tienen un solo responsable con nombre y apellido: Felipe Calderón Hinojosa. Bien dicen que los hombres y las mujeres somos recordados por los errores que cometemos y no así por nuestros aciertos. Para mala fortuna del mandatario saliente, el dolor, la pérdida y el crimen de quienes perecieron en esta guerra vivirán eternamente sobre su espalda.
Ahora será Peña Nieto quien actúe en consecuencia y logre, si es que puede, nuevamente la seguridad de salir a nuestras calles sin temor a ser víctimas de lo que hace unas décadas sólo competía a los malos. Éstos, que aún tenían la “decencia” de respetar a los ciudadanos ajenos a sus delictivos ejercicios generados por la guerra de poder por abarcar territorios para el narcotráfico.
Volver al México de antaño no tiene nada que ver con ideales político-partidistas pero sí con políticas públicas que generen empleo, pues está demostrado que la expansión y la proliferación de personas buenas que se convirtieron en malas, no es más que la consecuencia de una grave carencia no sólo de valores o escrúpulos, sino de alimento en la mesa para sobrevivir.
Y eso, señores, a cualquiera puede convertirnos en lo inimaginable.
Animal Politico