Este es el decimocuarto año que el rejoneador navarro Pablo Hermoso de Mendoza hace campaña en México. El presente año tiene firmadas poco más de cuarenta corridas, el nivel de expectación por verle no ha disminuido y así lo demuestra el entradón que su nombre convocó el domingo en La México.
Su profesionalismo es, era, mejor dicho a toda prueba, pues que mal se ha visto. ¡Qué feo se ha visto Hermoso! Esas cosas definitivamente no se hacen, su enorme personalidad se ha venido abajo, viéndolo retador, parado frente al juez demandando una oreja más que el público no solicitaba.
Desafiando, intimidando, faltando al reglamento que dice que: “Los actuantes deberán aceptar las decisiones del Juez, sin cuestionarlas, quedando prohibido hacer manifestaciones de desacuerdo”.
Una web taurina tituló el hecho: “Pablo Hermoso mendigando una oreja”. Eso, eso no debe hacerse, dejémoslo para los torianderos pueblerinos; es una actitud muy corriente.
 Así, el rejoneador estelles ha permanecido retador frente a una autoridad, chafeante y por cierto muy mal representada por Jesús Morales, expeón de brega de toreros, a quienes años antes apoderó el señor Fechorías, de ahí la estulticia y disparatada actuación del juez, quien luego, ya con la cordura extraviada otorgó un rabo, que también nadie solicitaba y además concedido fuera de todo criterio, pues para ello, para cortar un rabo en la que se supone que es La Catedral del Toreo en México, se requiere —entre otras cosas— que la estocada sea un “estocadón” de perfecta ejecución y mejor colocación, de esos “hasta la empuñadura” y en el caso de Alejandro Talavante fueron tres cuartos con una colocación tendenciosa.
Él es un torero que no está nada necesitado de ese tipo de actitudes excesivamente festivas. Y, además, de manera elegante devolvió dicho rabo al alguacil, quien es representante directo y personal de la autoridad en el ruedo y el albero.
Y al hacerlo, pareció decirle al alguacil: “¡Dile a tu jefe que no se pase. No me hace falta esto!” Pero recordemos, y aquí viene lo importante: Por arriba del Juez de Plaza, muy por arriba de él y por sobre de toda estructura de nosotros los homínidos, está el Juez Supremo, el Todopoderoso, y ése, con su sapiencia y ecuanimidad, ha puesto al navarro en su lugar, pues después de una faena muy meritoria y de mucha entrega ha fallado enormemente con el rejón de muerte.
Esa falla ha sido pecado mortal, error imperdonable, de esos que no se le desean a nadie, pero que son Justicia Divina: ¡Ha descordado al toro! Error no intencionado, pero que no puede pasarse por alto.
Por supuesto, entendemos bien que un accidente de estos nunca es intencional, pero suele ocurrir, por lo qué el rejoneador ha perdido los trofeos y el abucheo no se ha hecho esperar.
Pero lo más importante y sin deseos de ofender, simplemente poniendo a cada quien en su lugar, existe el antecedente del mismo rejoneador indudablemente, considerado figura de allí y de aquí, que en cierta plaza de provincia en la Península, al negarle el Juez (presidente de la corrida, allí) la oreja de su primer toro, en el segundo tuvo la osadía, en plan francamente burlón de brindarlo a la autoridad. Osadía por la que al término del festejo y en el mismo callejón fue detenido por la Guardia Civil y llevado a la Comisaría donde tuvo que rendir cuentas de su falta de respeto a la autoridad. ¿Entonces, qué? Debemos pensar que: ¿Aquí sí se vale todo? El objetivo primordial de este artículo es ése, precisamente: ¡Poner a cada quien en su lugar! O lo que es lo mismo, que cada quien entienda: Cuál es su lugar y en qué lugar está parado.