1. Juan Manuel Vega Rayet, originario de Izúcar de Matamoros, aquí abajito, es hijo de español y de madre de orígenes árabes. El citado fue criado, informado escolarmente y educado dentro de un ambiente protegido por los valores de la ciudadanía izucarense existentes hasta la fecha, al igual que generaciones precedentes, como la mía.
1.1. Cuando niño fui trabajador de su padre, como otros más, que el viejo José Vega estimulaba para que hiciéramos la tarea mientras barríamos (imagínese) una yesera, donde el polvo finísimo era eterno, alentándonos con la zanahoria del futuro diciéndonos con un fuerte “ceceo” que nos esperaban las Normales para profesores, el Heroico Colegio Militar, la también Heroica Escuela Naval “Antón Lizardo”, las náuticas de Guaymas, Sonora; las de Artes y Oficios del filántropo Rafael Dondé y otras decenas más, siempre y cuando pasáramos de año.
2. Este cuadro idílico no habla de la existencia de miles de hechos de sangre al año en la Mixteca poblana, donde Izúcar es la puerta obligada desde hace siglos. Violencia nacida de un clima hostil (a veces de 35 grados a la sombra), suelo árido no estéril, con una existencia de cinco variedades de alacranes (cuyo piquete va del inocuo hasta el mortal si no existe el suero anti-arácnido en los centros de la SSA), agravado todo lo anterior con una ausencia total de inversión de los gobiernos federal, estatal y municipales para el desarrollo social, aunque atendida la población en caminos, educación no referente a la región, salud y comunicaciones aéreas. 
3. Cuando Vega Rayet fue alcalde encontró una inseguridad brutal nacida de la visita permanente de la delincuencia morelense, guerrerense y hasta con visitas agraciadas de sujetos del DF. 
3.1. Había asaltos en las dos carreteras federales: la que nace en la capital del país, atraviesa dos estados y termina en Oaxaca pasando por Cuautla-Izúcar, y la otra, federal, Puebla-Oaxaca pasando por Izúcar; robos a casa, algunas extorsiones, contados secuestros.
3.2. A escasos seis meses o cinco de su gestión la seguridad mejoró totalmente impidiendo el asentamiento de los delincuentes visitantes, expulsándolos de la región o apresándolos. ¿Cómo se logró? Fácilmente: 
a. Primero no despidió a ningún policía existente, fuese cual fuese su fama pública, su edad, su escolaridad, sus rasgos físicos, sus conocimientos sobre garantías individuales, derechos humanos, geografía e historia. 
b. Hurgó en la comandancia sobre su honestidad.
c. La edad la hizo a un lado y hubo policías de más de sesenta años, esbeltos, correosos y fuertes para la faena diaria, casi inhumana, de los policías de todo el mundo. 
d. Actualizó estudios primarios o secundarios, y uno que otro de prepa o bachillerato.
e. Sin comentario más, hubo obligación de informarlos en leyes sociales, para operar según las normas vigentes (me salió lo aboganche de pueblo). 
f. Y lo esencial: les mejoró a niveles ejemplares sueldos, prestaciones, reconocimientos públicos, creando en ellos una nueva forma de autorreconocerse. 
El comandante lo fue el señor don Othmar Marín Musalem.
Cuando llegó la siguiente administración fue utilizada como botín de “piratas”, que no de corsarios con patente, logrando destruir en tres meses lo construido en tres años. Continuó en otros trienios la degradación de las fuerzas del orden social. Hoy Izúcar, mi pueblo, mi raza, sufre al igual que la Angelopólis tan admirada, lo que vivimos diariamente todos. 
Necesitamos policías sociales, no custodios de calles, pero hay que construirlos. 
 
Nuestra casa
¿Ha comido los tamales rojos de dulce, el atole de granillo hecho de maíz tierno endulzado con panela, las gelatinas de vino con sabor a licor, o las combinadas de vino con leche; los tacos al vapor de cabeza de cerdo, “cuino” o marrano, deshaciéndose en su boca? Usted se lo pierde, hay que ir al tianguillo izucareño.