La jornada de ayer fue una auténtica prueba de fuego para el presidente Enrique Peña Nieto y para el jefe de Gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera.
En medio de las legítimas muestras de inconformidad, incertidumbre y desesperación de los familiares y allegados de los 43 normalistas, miles de mexicanos se solidarizaron y marcharon para expresar su indignación y demandar justicia.
La movilización pacífica del jueves es de aplaudir, fue ejemplar; en el transcurso del día fuimos testigos de cómo protestaron y se desahogaron sin ningún problema. Pese a la presencia de los encapuchados, quienes buscaron violentar la marcha desde las primeras horas; sin embargo, los cuerpos de seguridad encapsularon y desactivaron a los provocadores y evitaron actos vandálicos mayores.
Conforme avanzó la jornada se vio una marcha impecable, con un contingente que creció conforme avanzó la tarde. Incluso, los integrantes de los contingentes demandaron a los encapuchados descubrirse el rostro, estos no lo hicieron. No obstante, se respetó en todo momento a los manifestantes y esto sirvió para rectificar la maltrecha imagen del Gobierno Federal y del capitalino, debido a la inminente crisis que viven, que pudo desatarse aún más, pero la estrategia de seguridad rindió frutos.
En ningún momento hubo represión o acoso, mucho menos intimidaciones, salvo al final del mitin, cuando los encapuchados buscaron eclipsar la jornada. Lanzaron cohetones y bombas molotov al Palacio Nacional. Los granaderos y la policía reaccionaron, en este mar revuelto hubo lesionados, pero fueron los menos; los uniformados lograron contener el incidente y no pasó a mayores. 
Los encapuchados lograron su objetivo, manchar la jornada. Y como siempre, se refugiaron entre los miles que yacían en el zócalo de la ciudad de México. 
¿Pero qué pasaría si la marcha de ayer fuese en Puebla? Seguro que el Señor de las Balas daría la orden a Facundo Rosas de tener listo el arsenal para desactivar el movimiento. Claro, tendría acuartelados a los uniformados dos días antes; además, a la menor provocación, daría a Facundo la orden de sofocar la protesta, sin importar que en ésta participen menores de edad. 
Estoy seguro de que no se hubiera tentado el corazón. La orden sería: utilicen gases y balas de goma para “liberar” las calles; esto, bajo el argumento de que los manifestantes afectan a terceros. Y al final de la jornada, estaríamos hablando de decenas de muertos y cientos de heridos.
Hasta aquí el ejercicio de imaginación.
No exageró, y para muestra un botón. Ayer, durante la marcha pacífica en Puebla, misteriosamente el zócalo se quedó sin luz una buena parte de la jornada; las luminarias se encendieron casi al finalizar la protesta. El Señor de las Balas y su séquito no se quedaron con las ganas e hicieron de las suyas.
Todo indica que el gobierno de Peña y Mancera pasó la prueba; no así Moreno Valle, quien el 9 de julio ponderó la represión al dialogo y, como resultado, la muerte del menor José Luis Tehuatle. 
No olvidemos que Chalchihupan aún permanece en el imaginario de los poblanos. Y se equivocan aquellos que apuestan a la desmemoria.