Una tarde cualquiera de 2007, Thomas Karig recibió en su oficina ubicada en el edificio ejecutivo de la planta de Volkswagen a dos enviados por la empresa de comunicación que había “agraviado” a la firma alemana a través de la línea editorial.
El director ejecutivo y el coordinador de emisión fueron citados a las 17:00 horas. Así estaba dispuesto en la planta de la empresa, que hoy enfrenta un escándalo que alcanza niveles globales por la multicitada mentira en que incurrió para evadir normas ambientales.
Ofendido, el presidente de relaciones corporativos había sido terminante para exigir una aclaración del medio que había cometido un sacrilegio con la industria de la que depende la economía en Puebla.
El contenido periodístico que ofendió a la cúpula de VW tenía que ver con una serie de reacomodos de sus ejecutivos. Peleas y disputas interna con propósitos de acotar o amplias espacios de poder entre la burbuja que maneja la segunda planta más grande en el mundo, después de la que existe en Alemania.
La mesa redonda como área de trabajo que ocupa un lugar en la espaciosa oficina del alemán dueño de un español impecable fue la arena en la que se comenzó la áspera conversación, que no duró más de 15 minutos.
Karig increpó a los comparecientes sobre la publicación efímera, como sucede en el ámbito periodístico. Como ocurre en episodios parecidos, no desmintió lo transmitido, pero descalificó al responsable de la emisión por lo que podía intuirse, había sido considerada como una ofensa.
De manera insistente conminó a revelar la fuente de la que había salido la información divulgada, sin éxito. 
El episodio se había convertido en un instante en el ejemplo vivo de la presión de un poderoso consorcio empresarial contra la firma periodística de la que el reportero se reserva el nombre por razones estrictamente profesionales. 
Al final el director ejecutivo encaró a un Thomas Karig imperativo y altanero. Negó toda posibilidad de ofrecer una disculpa pública pues no constituía daño alguno para una firma global como Volkswagen. Tampoco sería revelada la fuente de la que se había obtenido la información.
Al final no hubo siquiera apretón de manos. Solo un seco hasta luego. Ambos enviados por la empresa de contenidos periodísticos giraron sobre sus talones y abandonaron la oficina del ejecutivo empresarial, caminaron hacía la recepción llena de mármol, cruzaron la sala en la que se exhiben distintos productos de la empresa y salieron ambos en medio de un silencio incómodo.
No tardaron dos semanas. Tras la “ofensa” a esa especie de “investidura” que deviene del fuero especial que distintos gobiernos conceden a la firma, reaccionó: retiró los anuncios comerciales de los espacios publicitarios de esa empresa, que hoy tiene una de las peores reputaciones en el mundo.
La historia verídica aquí contada es escenificación del intento constante y sistemático de coartar el trabo periodístico desde el poder empresarial, como sucede en el ámbito político. 
Ocurrió con Volkswagen de México, el consorcio que hace tiempo asumió las peores prácticas de los gobiernos iracundos ante la crítica periodística. Eso fue en 2007 y hoy, la historia ha puesto a cada quien en su sitio. Servido.