En los últimos días, se ha dado un ejercicio ocioso de algunas encuestadoras y medios de comunicación que hacen cálculos de quién ganaría la presidencia de la República en una segunda vuelta electoral, a pesar de que esa posibilidad ya no puede darse para 2018.
La razón es sencilla: para que surtiera efecto una reforma que permitiera ir a una segunda ronda entre los dos primeros lugares de la primera contienda, ésta debería haberse aprobado, a más tardar, en abril pasado, con seis meses de antelación al arranque formal del proceso 2017-2018, lo que establece la Constitución y que no ocurrió.
De este modo, las especulaciones, extrañamente aletadas por algunos militantes de la izquierda, de cuál de los posibles candidatos es más competitivo en una segunda vuelta, como la que se da en varios países de Sudamérica, son sencillamente ganas de perder el tiempo.
Ante este panorama, la estrategia de suma de aliados que consigan, como cabezas de coaliciones, los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), perfilarán al ganador desde la mesa misma de estas negociaciones, incluso antes del arranque del proceso 2017-2018 y a muchos meses de la jornada en las urnas.
En esas posibles alianzas, se ha venido deslizando en medios y varios opinadores, la posibilidad de una sorpresiva unión entre PAN y PRD con el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), que daría la espalda a su histórico aliando de las últimas décadas, el PRI.
Sí, suena descabellado, pero en el ánimo de parar, a como dé lugar, la ventaja que muestra Andrés Manuel López Obrador en los estudios demoscópicos y anular definitivamente al tricolor, todo puede ocurrir, aunque por ahora parezca inconcebible.
Las alianzas, cualquiera que sea su naturaleza impactarán directamente en Puebla, en donde los priistas fincan sus esperanzas de recuperar Casa Puebla, en una coalición que incluya a los verdes, a Nueva Alianza y a Encuentro Social (PES), este último más como apoyo moral que real.
La misma estrategia y rumbo buscan en AN que, de ir solo por primera vez en una elección estatal desde 2010, tendría resultados pobres, ya no tan contundentes, tanto como los que obtuvo en las elecciones de diputados federales en 2015, en donde fue superado por el PRI.
El resultado fue de nueve curules federales de mayoría relativa para los priistas en alianza con el Verde y siete para los panistas.
Sin embargo, las alianzas tienen efectos nada deseables también.
Innegablemente representar la claudicación ideológica de uno, varios o todos los partidos que la conforman, además de que no garantizan candidatos probos y confiables.
Son abanderados que aprovechan la coyuntura y no están comprometidos con la esencia y sustento ideológico de los institutos políticos a los que representan en las boletas.
Para muestra inmediata, está el caso del alcalde de Palmar de Bravo, hoy preso por el delito de lavado de dinero, vinculado a su vez con la extracción ilegal de gasolina, el huachicol, quien llegó al cargo abanderando la alianza morenovallista que compitió en 2013, y al que, dicho sea de paso, consintió mucho el exmandatario Rafael Moreno Valle con obra y con elogios en público.
¿Se acordará de eso el "presidenciable" panista u hoy se morderá la legua y preferirá olvidar qué bien hablaba de Pablo Morales Ugalde?
En más de una ocasión lo reconoció en público y elogió su trabajo en favor de la "seguridad del estado" y de "avance" en obras.
Hoy, el olvido es el refugio de Moreno Valle, sin duda. El aspirante que, por cierto, más impulsa las alianzas.