Cervantes decía que por las cosas pasadas y por las presentes, los varones prudentes juzgan lo que está por venir. Hace 83 años las actuaciones de los toreros Mexicanos provocaron un veto que fue conocido como “el boicot del miedo”. Recordar aquellos triunfos, pueden ayudarnos a evaluar el acontecer actual de la fiesta.

Lorenzo Garza que, como veíamos en el artículo anterior, triunfó como novillero en España, tomó su segunda alternativa en 1934. En ese invierno se consagró en México toreando mano a mano con Alberto Balderas en el Toreo de la Condesa (3 de febrero 1935). Balderas fue herido en el primero de la tarde y Garza se quedó con los seis toros de San Mateo, a los dos último “Gitanillo” y “Saladito” les cortó las dos orejas y el rabo.  

En 1935 Garza regresó a España para torear 43 corridas y consolidarse como el ídolo del público de Madrid. De novillero, en la vieja plaza de la Carretera de Aragón, había actuado en siete festejos en los que cortó 8 orejas y salió cuatro veces en hombros.

Confirmó la alternativa en la recién inaugurada plaza de las Ventas el 14 de abril de 1935 teniendo a Chicuelo como padrino y a Cagancho como testigo con toros de Ramón Ortega. En esa temporada de 1935, en la plaza de las Ventas, cortó seis orejas y un rabo. Su mayor triunfo fue el 29 de septiembre con el toro “Guitarrero” de Martín Alonso (antes Sotomayor). La grandeza de la faena se puede apreciar en las crónicas de los periódicos del día siguiente en Madrid, gracias a la recopilación realizada por Horacio Reiba y que aquí reproducimos parcialmente:

Federico Morena (El Heraldo de Madrid):

Y proclamemos juntos, urbi et orbi, que Lorenzo Garza es algo excepcional, algo sublime, cuando, como ayer, torea… Sí, ayer toreó prodigiosamente, como se ve muy pocas veces torear, como solamente torean los artistas tocados por la divina gracia.  

Federico M. Alcázar (La Voz):

…citó con la muleta en la derecha y sin cambiar el terreno y girando sólo para ligar la suerte, dio tres pases en redondo y uno de pecho, asombrosos… Se queda un poco el toro y de nuevo lo engancha en la muleta y pega otros tres, mejores que los anteriores. El primero es sencillamente sublime. No hay nadie sentado. La gente de pie, tronante de emoción, contempla la faena. Aquello no son aplausos ni clamores: son rugidos… La plaza semeja un terremoto. Y el torero impasible, frío, quieto, erguido y sereno, sigue dando pases formidables. Una vez se queda con la franela en la zurda y liga tres naturales y el de pecho, portentoso. ¡Qué manera de parar, aguantar, meterse el toro entre pecho y espalda! ¡Inmenso! ¡Inmenso! Y cuando el animal, cansado, se resiste a embestir y junta las manos, Garza arranca por derecho y mete una estocada hasta las cintas que mata sin puntilla. La ovación es inenarrable. Le conceden las orejas y el rabo y varios espectadores se tiran al ruedo y después de pasearlo en triunfo se lo llevan en hombros entre un rumor de aclamaciones.   

Alfonso Muñoz (El Liberal):

Garza es de los que muchas veces me ha cortado la respiración... Viéndole torear, pasándose al toro tan extraordinariamente cerca, el grito se ahoga en mi garganta. Me hace enmudecer… Desde el primer muletazo hasta el último no hubo nada que desentonara. Un conjunto de perfecciones fue aquello. Una mezcla de sus parones inconfundibles con aquellos naturales adelantando la mano para provocar la arrancada, mientras jugaba la muñeca para imprimir al toro la trayectoria a seguir. Muy quieta y muy parada, la faena fue algo excepcional, difícil de describir. En entusiasmo de los espectadores se tradujo en un clamor inacabable. Rodó el bicho de una gran estocada y mientras la multitud invadía el ruedo, Garza llevaba en las manos las orejas y el rabo de su enemigo. Bueno había sido el toro, pero muy superior se mostró el artista.

Lorenzo Garza provocaba que los aficionados perdieran la respiración.
 

El año de 1935 fue excepcional para los toreros mexicanos en España. Armilla encabezó el escalafón con 64 corridas, Garza toreó 43, El Soldado 29, Carnicerito de México 23 y Ricardo Torres 6. A esta cifra hay que agregarle las novilladas del propio Ricardo Torres, Edmundo Zepeda, Eduardo Solórzano, El Indio, Julián Rodarte, El Vizcaíno y Silverio.

Lorenzo Garza, ídolo de Madrid.

Por si esto fuera poco, a finales de la temporada española de 1935, Fermín Espinosa “Armillita chico” realizó una faena cumbre en Barcelona a “Clavelito” de Atanasio Fernández. No hay que confundir esta faena con la realizada un año antes en la que el maestro de Saltillo alternó con Belmonte y Lalanda. Son dos clavelitos distintos, ambos toreados en Barcelona.

El primero de Justo Puente (29 de julio 1934) y el segundo de Atanasio Fernández (24 de septiembre 1935), en esta ocasión alternando con Manolo Bienvenida, Marcial Lalanda y Victoriano de la Serna. Una faena a la que le cortó las dos orejas, el rabo y la pata (hay autores —por ejemplo Humberto Ruíz Quiroz en el apéndice estadístico del libro El secreto de Armillita— que afirman que le dieron las orejas, el rabo, las cuatro patas y las criadillas). Lo cierto es que aquella faena al toro Clavelito se expandió por todo el universo.

Marcial Lalanda, quien quería ser “el más grande” según reza su pasodoble, alternó con Armillita en las dos tardes de Barcelona con los toros de nombre “Clavelito”. Días después, toreó junto con Lorenzo Garza en Madrid cuando el regiomontano cortó el rabo de “Guitarrero”. Lalanda se vio las caras con Garza en 9 ocasiones en 1935 y con Armillita en 39 tardes en su carrera, trece de ellas en los años 1934 y 1935. Marcial Lalanda se dio cuenta que era incapaz de estar a la altura de los mexicanos y desde la presidencia de la Sociedad de Matadores en España, empezó a idear artimañas políticas que le librara de una competencia tan incómoda.

Para marzo del año 1936 estaban colocados en España y listos para iniciar la temporada 24 toreros mexicanos. En las Fallas de Valencia partieron plaza cuatro matadores mexicanos: Fermín Espinosa “Armillita chico”, José González “Carnicerito de México”, Luis Castro “el Soldado” y Lorenzo Garza; y un novillero, Silverio Pérez. 

Marcial Lalanda, alarmado, intentó utilizar un instrumento jurídico para que se solicitara a los toreros extranjeros una “carta de trabajo” que sabía que sería muy complicado que obtuvieran. El tema llegó hasta las Cortes de España. La Presidencia de la entonces República Española, buscando una solución legal al caso, expidió un decreto sobre espectáculos públicos en el que se reglamentaba la actuación de los toreros extranjeros. A pesar de ello, Marcial Lalanda continuó con su campaña contra todo mexicano que intentase actuar en ruedos españoles.

El momento más desagradable llegó en Madrid el 15 de mayo 1936. Unos días antes le habían impedido torear a Armillita en la plaza de las Ventas y a el Soldado en Jerez. El cartel para la tradicional corrida de San Isidro estaba integrado por Lalanda, Manolo Bienvenida, Ortega y Armillita.

Marcial Lalanda exigió que se revisaran los documentos de trabajo. El jefe de policía insistía en que él personalmente había refrendado el visado al diestro foráneo, pero los huelguistas desconocieron el documento. Dieciocho miembros de las cuadrillas taurinas anunciados para realizar el paseíllo esa tarde reiteraron su negativa a vestirse de luces y rechazaron todas las alternativas que les ofrecían las autoridades que no pasasen por la exclusión de Armillita. Ante la negativa de los toreros de partir plaza, Marcial Lalanda, en su carácter de cabecilla, junto con ocho subalternos, fueron trasladados a la cárcel. Juan Espinosa también fue encarcelado por defender a su hermano Fermín de los agravios de Lalanda.

La plaza estaba llena, así que el maestro Fermín ofreció lidiar en solitario los ocho toros ya reseñados, pero no consiguió un solo subalterno dispuesto a secundarlo. Los banderilleros españoles se habían solidarizado con sus compañeros presos. Cuando se anunció la suspensión del festejo, un grupo de aficionados marchó de la plaza al ministerio de gobernación con una pancarta que decía “Queremos toros y la sustitución de Armillita”.  Valencia II, Fortuna, el Papa Negro y otros toreros españoles respaldaron a Lalanda y utilizaron nuevas argucias jurídicas, ahora desde la figura gremial, para vetar a los mexicanos y, definitivamente, expulsarlos de territorio español.

Marcial Lalanda galleando por mariposas

 

Marcial Lalanda había toreado en México donde lo habían atendido con grandes honores. El quite de la mariposa lo inventó en la ganadería de La Punta, en Jalisco donde había sido invitado por los hermanos Madrazo. Zenaido Espinosa, hermano de Fermín, había servido como banderillero en su cuadrilla antes de la alternativa de Armillita chico. Pero el egoísmo, el racismo y el ansia de eliminar a todos los que le hicieran sombra, para Lalanda, estaba por encima de cualquier otra cosa. Antonio Santainés, en un artículo publicado en el diario ABC (reproducido el 14 de mayo 2006) cuenta un diálogo que sostuvo con el torero madrileño que lo describe de cuerpo entero:

Le pregunté una vez a Marcial Lalanda si le conoció bien –Santainés se refería al maestro Fermín–  y me contesto: “Sí, hombre. Éramos íntimos amigos. Estupenda gente. Era un indio. Bueno como casi todos los indios. Gente muy noble”.

Mezquinos como Lalanda los ha habido siempre. Inclusive en una profesión donde la solidaridad y el compañerismo son valores fundamentales. Lo más vergonzoso, no fue el miedo del entonces líder de los toreros españoles, ni que otros igual de cobardes lo siguieran, sino que en 1975 bautizaran a la escuela taurina de Madrid con el nombre de “Marcial Lalanda”.

El Gobierno de México intentó hacer gestiones para mediar. Pero Marcial Lalanda y la Sociedad de Matadores expulsaron a los toreros mexicanos como si fueran unos apestados. Juan Belmonte lo llamó “el boicot del miedo”. El 28 de junio de 1936 se embarcaron en la Coruña seis matadores de toros, trece subalternos y 18 novilleros en el buque Cristóbal Colon que partió rumbo a Veracruz. No fue el primer veto, en los años veinte el sindicato de toreros españoles le había impedido a Rodolfo Gaona vestirse de luces. Tampoco fue el último. En 1947, ante los triunfos rotundos de Carlos Arruza, volvieron a vetar a los toreros mexicanos. Finalmente, en 1957 se rompió nuevamente el intercambio entre toreros mexicanos y españoles, en esta ocasión para frenar el paso arrollador de Joselito Huerta.

Las consecuencias del boicot del miedo de los años treinta fueron desastrosas para los toreros españoles e, irónicamente, favorables para la tauromaquia mexicana. Poco tiempo después inició la guerra civil española y los toreros peninsulares no pudieron venir a México donde inició lo que se conoció como la edad de oro del toreo mexicano. Sin el concurso de los españoles, México alcanzó su independencia y autonomía taurina.

Carmona y Morente (La razón incorpórea, 2 de mayo 2015) afirman que México marca la pauta en el toreo moderno: “A México en el toreo, le echamos en España mucha menos cuenta de la que merece. Y, en nuestra opinión, allí se cuecen muchas de las claves de lo que luego vemos por nuestras plazas. No podemos negar que existen influencias mutuas pero la gran capacidad creativa de los toreros mexicanos alentadas por un público más predispuesto, hace que sea mayor la incidencia del toreo mexicano en el español que al revés. Lo contrario de lo que siempre se ha dicho o pensado”.

Lo más lamentable no es la existencia de individuos infelices y retorcidos como Marcial Lalanda, o que que la escuela de Madrid haya llevado su nombre (allá ellos y los valores que querían enseñarle a los chavales), lo atroz es la actitud de los empresarios taurinos mexicanos que basan sus carteles en toreros españoles y limitan las oportunidades a los nacionales.

Desde la época de oro, los momentos de mayor grandeza en la tauromaquia mexicana se han alcanzado cuando la base de los carteles ha sido de diestros mexicanos, complementados por algunas pocas figuras españolas, y no al revés.

A los que vienen de ultramar se les debería exigir tanto como a los mexicanos que van a la península y, al mismo tiempo, darle oportunidad a novilleros y toreros jóvenes nacionales. Hoy en cambio, hasta en los pueblos más alejados, las ferias tienen como base de sus carteles a coletas peninsulares. Entre otras causas, esta actitud malinchista de los empresarios mexicanos tiene sumida a la fiesta mexicana en una de sus peores crisis.