Durante la víspera de la Mega Marcha Universitaria muchas incógnitas pasaron por mi mente, la más apremiante era saber si los estudiantes serían lo suficientemente maduros, para dimensionar la responsabilidad histórica que tendrían en sus manos al conformar el movimiento social más grande en la historia en Puebla.
Me cuestionaba si serían capaces de evitar a los infiltrados, no sólo durante la marcha, si no en el propio movimiento, si los intereses ajenos a la comunidad o políticos tendrían cabida en este marzo que tanto se asemeja a la primavera árabe.
Si la fuerza y el respaldo que la sociedad les ha brindado en cada una de sus manifestaciones no les haría perder el piso y esto los llevaría a incluir puntos en el pliego petitorio, que nada tuvieran que ver con los dos reclamos originales del movimiento: seguridad y justicia para los cuatro jóvenes asesinados.
¿Serían capaces de mantener la cordura tras constatar el enorme poder de convocatoria?, ¿La furia y el legítimo coraje ante el asesinato de sus colegas de medicina los cegarían y los llevarían a caer en actos de violencia?, ¿Realmente lograrían una movilización ejemplar sin pintas, sin insultos, sin agresiones, sin romper vidrios ni fachadas de negocios?
¿Podría un solo hombre o una sola mujer darle al traste a toda la esencia del movimiento por alguna reacción extremista?
También me preguntaba si los rectores aguantarían las ganas de ser los protagonistas y entender que el movimiento no era de ellos, que era de los propios universitarios. Al final, fue sorprendente ver que encontraron la forma exacta para respaldar a sus comunidades, sin llegar a ser los interlocutores en Casa Aguayo.
El pasado reciente me llevó a cuestionarme una y otra vez, si la autoridad tendría la tolerancia, apertura y el respeto, para que este enorme ejercicio se realizara sin ningún vicio de represión; si los representantes populares podrían comprender que no se trata de una protesta contra ningún gobernante en específico, que se trató de una voz que aglutina el reclamo de las omisiones y pendientes que los gobiernos durante décadas, han tenido con los poblanos y los universitarios.
Mientras transcurrían las cinco horas de la marcha fui favorable y sorprendentemente respondiendo cada una de esas dudas.
Muchos de mis compañeros comunicadores, al igual que quien esto escribe, solventamos las dudas. No tuvimos más remedio que emocionarnos, conmovernos y sentirnos comprometidos con este gran ejemplo que dieron nuestros jóvenes.
Parafraseando una de las consignas más sonadas “¡Por qué, por qué!, por qué nos asesinan si somos la esperanza de América Latina”, me ilusiona saber que esos más de 100 mil jóvenes que ayer tomaron las calles, representan el futuro de América Latina. Estoy seguro que a su lado, nos espera, el mejor de los futuros.