El número de poblanos fallecidos por el Covid-19 crece. Ayer el gobierno de Puebla registraba 44 decesos, el gobierno federal en voz de Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores dijo en la mañanera que eran 120 y según el consulado en Nueva York, las víctimas mortales de origen poblano, era de 170.

El contraste de las cifras de las tres distintas fuentes de información puede ser entendible por la divergencia que también se muestra por el poco confiable censo de paisanos radicados en la gran manzana y la irregular condición migratoria.

Las tres distintas cifras que se tienen al momento tienen una coincidencia que no hay que soslayar: la mayoría son de origen mixteco, un segmento poblacional que se ha visto orillado a migrar por la pobreza endémica de una región árida de la campiña poblana.

Históricamente el intento de salir de esa condición se ha traducido en un alto costo en lo personal y colectivo. Muchos de los jóvenes, mujeres y hombres que se atreven a ir en la búsqueda del alivio para la penuria económica terminan por perder creencias, raíces y cultura.

La factura ha sido costosa pues muchos de quienes consiguen quedarse allá deben mimetizarse en un microcosmos que no admite vacilaciones: racismo, drogas y trabajo extenuante.

Quienes regresan a sus comunidades de origen, lo hacen rodeados de frustración, presos de una personalidad sin una clara definición para encontrarse consigo mismo y, en muchas ocasiones, ataviados de ropajes que son ajenos a sus costumbres con agravantes aún más pronunciadas: pandillerismo, alcoholismo, drogas y hasta VIH (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).

Las plagas de una sociedad de una gran ciudad cosmopolita, bulliciosa y hedonista como Nueva York, traslada a pequeñas comunidades en la mixteca poblana llenas de carencia y miseria.

Tan apremiante ha sido para las familias en condiciones vulnerables salir de su tierra de origen para encontrar una mejor vida, que muchas veces ha pagado con su muerte, en el peor de los casos.

Ahí está como muestra nombres y apellidos de Alicia Acevedo, Antonio Javier Álvarez, Leobardo López Pascual, Víctor Antonio Martínez Pastrana, Antonio Meléndez y Juan Romero Orozco, plasmados en las caras de las dos fuentes en donde antes estuvo el World Trade Center, derribado por los atentados en 2001.

Al menos esos poblanos tuvieron un lugar para ser recordados a un costado del imponente 9/11 Memorial, en el monumento conocido como el reflecting absence (reflejo de la ausencia), como una forma de homenajear a las más 2 mil 800 víctimas de esos ataques terroristas.

Para las víctimas del Covid-19 en la gran manzana, 19 años después no habrá memorial, homenaje ni mortaja digna. Si acaso, una bolsa para cadáver resistente a los fluidos y flatulencias contaminantes del mortal virus asiático que ha sentado sus reales en Estados Unidos.

Al final será lo de menos la discrepancia entre las estadísticas del gobierno estatal de medio centenar, los 120 que dice el canciller Ebrard o los 170 del consulado, pues cada uno de esos casos encierra una tragedia desde el momento mismo que decidió partir de México, por una ausencia de oportunidad para tener una vida digna.

Una cosa es seguro: lejos de su tierra de origen, despojados de sus sueños y sin los suyos, no tendrán siquiera el derecho de una oración y ritual funerario como dicta la cultura y tradición mixteca.