La tauromaquia, como cualquier arte, nos inspira. Eleva el nivel de conciencia y nos permite apreciar distintos tipos de belleza. El arte rompe con los cánones estéticos que impone la moda de una sociedad, nos hace sentir y nos aleja de la cotidianidad.
Paul Klee dice que una obra de arte es, antes que cualquier otra cosa, una génesis. Ya sea una sinfonía clásica, una pintura, una obra de teatro, un poema, una pieza arquitectónica o una corrida de toros, una obra de arte aleja al espectador de lo cotidiano y lo introduce en una nueva realidad.
El trabajo de un artista es producto no sólo de su sensibilidad y talento, sino que es parte de la evolución. Un artística requiere de las técnicas y las enseñanzas de sus maestros que, a su vez, fueron aprendiendo de otros maestros. Es decir, la expresión artística de un individuo es el resultado de la evolución del arte y, por lo tanto, de la humanidad.
En la fiesta de los toros se incrementa de manera exponencial. Antonio J. Pradel dice que la tauromaquia es un arte que se define y toma forma por medio de la memoria y el tiempo. Los aficionados mantenemos en nuestro recuerdo faenas, lances o pases que están presentes siempre que observamos o hablamos de toros.
La corrida de toros tal y como ha llegado hasta nosotros es el resultado de un largo y lento proceso de “decantación y sedimentación de los distintos trabajos, formas, estilos, conocimientos y sentimientos por parte del hombre a la hora de enfrentar a un toro bravo” (Pradel, A. “El gesto justo. Ensayo para una estética desde la tauromaquia”. Barcelona: Edicions Bellaterra, 2014, p.30).
Pepe Alameda va más lejos y afirma que más que los hechos en sí, debemos considerar su interdependencia, el hilo conductor entre ellos. De ahí la importancia de estudiar la historia de la tauromaquia.
El pasado martes 7 de febrero, para conmemorar un aniversario del “Par de Pamplona”, la Peña Taurina Virtual El Toreo de México que encabeza el entusiasta aficionado regiomontano Noe Elizondo, invitó al periodista Juan Antonio de Labra a dictar una conferencia sobre “Gaona y su tiempo”.
De Labra hizo un recorrido por la vida y obra de Rodolfo Gaona. Cuando presentó datos cuantitativos sobre la trayectoria del Califa de León, dijo que era importante saber leer y entender las estadísticas taurinas. Un comentario que me ha hecho reflexionar sobre si la historia de la tauromaquia debe ser analizada cuantitativa o cualitativamente.
Creo que fue Antoñete quien decía que el toreo bueno es aquel que no sólo queda en el paladar, te llega al corazón, y si es preciso, te encoje el estómago. ¿Se necesita, entonces, datos estadísticos para recordar la trayectoria de un torero? ¿No sería suficiente con el recuerdo de aquel aroma de una media o la sensación que nos produjo un arriesgado par de banderillas?
La respuesta está en la propia conferencia sobre “Gaona y su tiempo”. La charla de Juan Antonio no sólo incluyó estadísticas y análisis técnicos, estuvo llena de anécdotas y hubo incluso poesía. Pero cuando, con datos concretos, con una explicación bibliográfica y rigor académico afirmó que Rodolfo Gaona había toreado 537 corridas en Europa, la figura del leonés adquirió una dimensión distinta. Ya no estábamos hablando sólo de la elegancia de un diestro o de una anécdota romántica que ha sido transmitida de generación en generación. Torear más de quinientas corridas en la época de Joselito y Belmonte, no es cosa menor. El análisis cuantitativo corrobora que Rodolfo Gaona es uno de los pilares de la historia de la tauromaquia.