Dos características constantes en México son la fiesta y la presencia de la muerte. Octavio Paz lo define como un pueblo ritual, y esos ritos benefician la imaginación y la sensibilidad de los mexicanos. El arte de la fiesta, que no es tomado en cuenta en otras partes o, incluso está envilecido, en México se conserva y enriquece la convivencia y la cotidianidad.
La muerte está presente en las fiestas, pero también en los juegos, en los amores y en los pensamientos de los mexicanos. La celebración del 2 de noviembre, como pocas actividades, refleja por completo la cultura mexicana.
El Día de Muertos surge, como muchas cosas en México, del sincretismo religioso presente en la época de la colonia. Según la tradición católica, el primero de noviembre se celebra el Día de Todos los Santos, una fiesta solemne por los difuntos que han alcanzado la santificación y gozan de la vida eterna en la presencia de Dios. Y, al día siguiente, como complemento, se celebra el Día de los Fieles Difuntos en el que se reza por aquellos que no han alcanzado el paraíso.
Las tradiciones de esta celebración –que este año, por la pandemia, tendrán que realizarse en forma virtual o con el cuidado de las medidas sanitarias– incluyen visitar en los cementerios a los seres queridos que ya partieron y preparar altares con alimentos, veladoras, incienso, fotografías y flores para recordarlos.
Octavio Paz explica que la muerte ilumina nuestras vidas y que cualquier culto a la vida, si es verdaderamente profundo, es también un culto a la muerte. Y afirma categórico que una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida.
“… la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos y una mueca espantable. En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuego de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmaciones de la nadería e insignificancia de la humana existencia” (“El peregrino en su patria”. México en la obra de Octavio Paz I. Fondo de Cultura Económica, 1987, p.47)
El poeta nos ayuda a comprender la animadversión de algunas sociedades hacia las actividades en donde hay muerte, como la fiesta de los toros: “Para el habitante de Nueva York, Paris o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente” (Ibídem, p.46).
En México se vive cotidianamente con la muerte y más en un año como el 2020. No se utilizan eufemismos para evocarla, ni se esconde como pasa en otros países. Dice Paz: “Cuando el mexicano mata –por vergüenza, placer o capricho– mata a una persona, a un semejante. Los criminales y estadistas modernos no matan: suprimen” (Ibídem, p.49).
Ahí está la intención de los abolicionistas: ¡Suprimir! Las corridas de toros molestan porque en una plaza no hay eufemismos, se vive y se muere de verdad.
La espiritualidad se observa en el pasión con la que los toreros mexicanos expresan su sentimientos y se juegan la vida. Me explicaba el maestro Alejandro Silveti que un matador de toros no debería salir al ruedo sin estar en estado de gracia, es decir, estar libre de pecado mortal, pues sólo así podría estar dispuesto a arriesgar la vida.
Defender la fiesta brava, es salvaguardar lo más íntimo de las tradiciones y de la cultura mexicana.