En tres días deja la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica el señor Donald Trump, y en muchos de nosotros y tal vez en muchos lugares del mundo, el sentimiento es de felicidad y tranquilidad aunque no seamos ciudadanos norteamericanos.
Hay un porqué. Durante cuatro años de su gobierno observamos y escuchamos cómo trastocaba a las instituciones. Cómo en sus mensajes dividía, insultaba, descalificaba, humillaba. Revivía viejas diferencias reflejando siempre “la supremacía blanca como sinónimo de progreso”. Iba envenenando el ambiente y fomentando el odio. Su discurso caprichoso se fue tornando peligroso y él mismo, ejemplo en el manejo de la posverdad.
Desde el día en que presentó su candidatura una parte de su discurso fue dirigido a México:
“México no es nuestro amigo, créanme. Nos están matando económicamente. Y cuando México nos manda a su gente, no mandan lo mejor que tienen. No los mandan a ustedes. Nos envían a gente que tiene muchos problemas, y que traen esos problemas con ellos. Ellos traen drogas, traen crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas.”
Y desde el día uno de su gobierno se encargó de sumar agravios, por el sistema de salud, por el retiro de apoyos a “dreamers” que exigían que el DACA no se eliminara, por tensiones entre países y muchos etcéteras. México vivió la presión por el riesgo de no lograr la firma del entonces Tratado de Libre Comercio.
Convirtió a Estados Unidos en el país más afectado del mundo por la pandemia derivado del desastroso manejo hoy sin control, 23 millones 923 mil 062 casos de Covid19, 397 mil 494 fallecidos y sigue sin usar cubre boca.
Desde el inicio del gobierno muchos expertos/as alertaban sobre su discurso como muy peligroso, debido justamente a que representaba a la anti-política, era polarizante, y apelaba de manera muy eficaz a emociones poderosas como el miedo y el odio. “el discurso populista, llevado al extremo, conduce a naciones a la quiebra y la disolución social, o incluso, a la guerra. Los experimentos populistas rara vez tienen final feliz.”
La lista de agravios se fue acumulando, sus propias contradicciones y mentiras lo llevaron a perder su relección y a un segundo juicio político que sin duda tendrá repercusiones políticas porque eso permitirá que no vuelva a tener oportunidad de volver a presentar ninguna otra candidatura, nunca.
La demagogia no es buena consejera. Dice Luis Antonio Espino, experto en discurso político y manejo de crisis: “Los demagogos siempre han sabido del poder de la palabra, y por eso los filósofos griegos nunca se cansaron de alertar a los ciudadanos de la polis sobre lo que son: un peligro para la convivencia democrática, un riesgo para la civilización.”
Esto es solo una parte de un todo que tiene hoy a Donald Trump acusado de insurrección. Bien señala Roberta Garza “pisotear el voto popular e incitar la violencia el desprecio por la democracia, la inteligencia, la ciencia y la academia y la aceptación de la violencia como herramienta política, todas características del nacionalismo supremacista blanco” (Nexos, 15/01/2021).
Con su demagogia Trump intentó destruir la legalidad y destruir a la prensa. La ciudadanía estadounidense no volvió a votar por él. Una mala combinación sin duda cuando se junta la ignorancia con el protagonismo. Por todo esto y mucho más, en tres días se va…se va…
Escribe Mario Vargas Llosa “Que haya un voto libre no significa que los ciudadanos siempre voten bien. Muy a menudo votan mal y eligen no lo mejor, sino lo peor. Quizás esa sea la mejor enseñanza que nos ha dejado Trump. Los norteamericanos eligieron mal —votaron más contra la señora Clinton que a favor de Trump— y eso ha sido una tragedia para Estados Unidos” (El Pais, 16/01/2021).
¿Lección para el mundo?
¿Lección para México?