Gaona mete el capote, mientras, Belmonte colea al toro que está a punto de pegarle un cornadón en la espalda al picador Farnesio, este ha bajado de su montura a morder el polvo. Es una instantánea con muchísima fuerza, ritmo y movimiento. Unos mozos que iban a ayudar al caballista, fueron captados en el momento justo de cambiar el rumbo, ante la amenaza del toro del duque de Veragua que ha dejado

de acometer al caballo -eso, se intuye- y voltea apuntando hacia el varilarguero que trata de incorporarse. A la distancia, dos toreros y el picador de reserva testifican lo acontecido y en un primer plano, un hombre se toca la gorra, tras otro caballo tendido sobre la arena, tal vez, vislumbrando ya la puerta del otro mundo.

La cámara los dejó estáticos a todos.

La fotografía en blanco y negro, aunque en la red he encontrado versiones en sepia, es tan precisa que pareciera que la falta de movimiento sólo será por unos instantes y que después, la acción continuará. Manuel Cervera es el autor de esta fotografía titulada “Caída al descubierto”.

Lo que capta era otro estilo de vida, más atroz y sin tantos remilgos. Todo era natural, empezando por la coleta de los toreros y las embestidas de los toros.

En aquellos tiempos el doctor Flemming no había descubierto la penicilina y a la vacuna contra el tétanos le faltaba que llegara la Segunda Guerra Mundial, para que fuera descubierta, por lo que una cornada significaba meses de recuperación, si no es que al herido le daba una infección o una gangrena mortales. Por supuesto, en ese acontecer tan autentico, aún no irrumpían la leche deslactosada, los filetes de gluten y las tetas de silicona.

Tampoco se arreglaban los asuntos hablando con voces electrónicas grabadas, a las que siempre falta una opción para cuando uno está desesperado, que indique: si lo que usted quiere es mandar a la mierda a este banco y a toda la junta directiva, marque uno.

La fotografía fue ganadora de treinta mil pesetas en la Exposición Internacional de Londres. Es una lámina asombrosa que detiene el correr de la vida de aquellos tiempos apasionantes y azarosos.

Era la Época de Oro del Toreo, concretamente, la tarde de Corpus Christie de 1918 y la plaza fue la de Toledo. La fuerza de la escena, lo oportuno del disparo, la composición espontánea de todo el cuadro y el juego de luces y sombras, sumados a la gallardía de los retratados, conformaron una de las mejores fotografías de la historia de la Tauromaquia.

Manuel Cervera fue zapatero. Luego, el camino de la vocación, esa vía que nos acomoda en el sitio exacto que nos corresponde en la vida, lo llevó a convertirse en aprendiz de reportero gráfico y pronto fue contratado por la revista semanal Sangre y arena para cubrir los acontecimientos taurinos; tenía treinta y un años de edad. Después, trabajó en las revistas Sol y Sombra, Toros y Toreros y La Lidia.

Esta es la estampa de un rito atroz en el que en una tarde morían toros, caballos y tal vez, un hombre. Con toda su carga de nostalgia, “Caída al descubierto” es un testimonial del pasado, una prórroga frente al tiempo y el olvido.