Es su manera de rebelarse ante las circunstancias, el modo de ser contestatarios en un mundo cada vez más borreguil. Organizar estos seriales significa que están dispuestos a vender caro el pellejo, como lo hace un toro verdaderamente encastado. No se dejan arrastrar por el río de la ausencia, si no hay corridas en la plaza, por lo menos, que las haya en la memoria y en la palabra. Por ello, unos pocos aficionados cabales crearon el ciclo “Los toros hablados”. Y en las buenas y las malas, llevan cuarenta y dos años organizando la tanda de conferencias. Ellos salvaguardaron la tradición cuando en la plaza de nuestra ciudad no se vio un pitón durante años. Diligentes y entusiastas, invitaron a toreros, ganaderos, empresarios, apoderados, artistas e intelectuales, para que les hablaran de toros.

Los grandes aficionados padecen un terrible aburrimiento cuando no hay corridas. Se entiende porque viven en la nada. Sin eventos taurinos en kilómetros a la redonda, ni una novillada, ni un festival en algún pueblo, tampoco ningún ganadero, amigo hospitalario, que invite a un tentadero. No queda más que la nada, es decir la ausencia de objetos, lugares y tiempo. O como quedó escrito en la filosofía griega, la nada que surge de la problemática de negar el ser. Aún peor, una vida sin toros es como el Shuntaya de los budistas, o sea, el estado vacío de la mente.

Lo que ustedes quieran, pero los aficionados que no pueden vivir sin toros, se dedican a llenar la ausencia, la negación del ser y el vacío, y lo hacen con conferencias que los lleven a la evocación y los devuelvan a su mundo. Deambulan en busca de los bálsamos que los alivien del bárbaro aburrimiento, indagan en los kioscos por alguna publicación taurina, afán poco menos que imposible en los tiempos que corren. Se desvelan hasta la madrugada esperando la transmisión de Tendido Cero en Televisión Española. Vagabundean por las redes sociales en busca de videos que les muestren faenas antológicas, episodios memorables, faenas de campo y frases de gente famosa del ámbito taurino.

Recurren a los grupos de “Whatsapp” en los que se refugian y ahí, comparten sus nostalgias: una faena de José Tomás, otra de Manolo Martínez, que nada más por el tamaño del torillo “achaficado” yo no vería; juegan a las adivinanzas, una foto en la que apenas se distingue la cara de un torero, que da una verónica bordada en los linderos de la fantasía y al pie anota: “¿Quién será?”, la pregunta es retadora. “Gitanillo de Triana”, contesta alguien. No lo es y ante la negativa insiste: “Chucho Solórzano”, y otro le enmienda la plana notificando que es san Fernando de los Reyes El Callao, como le decía el maestro Pana.

Ayer, estuve en la conferencia virtual de “Los toros hablados”, que dictó el pintor Rafael Sánchez de Icaza. Surrealismo geométrico y colorido comentado por el propio artista. Ocho días antes, escuchamos al doctor Rafael Vázquez Bayod, que habló de los manejos iniciales del herido en el ruedo cuando los trajes se pintan de escarlata y oro. Una semana atrás, el primer turno fue para el matador Alejandro Silveti que nos contó andanzas y vivencias.

Esta es una manera de negarse a aceptar la realidad de la tauromaquia de la época que nos tocó vivir. Los que conforman grupos como éste, son gente sensible y enamorada de su afición. Son los valientes que abandonan las trincheras hasta lo último y siguen apoyando a pesar de fraudes y negativas, porque la fiesta de los toros con los buenos aficionados, es como la pintura negra de Francisco de Goya en la que Saturno se come a su propio hijo.

El toreo en la arena es fugaz, pero en la palabra es eterno y lo saben muy bien los que conocen el aburrimiento que es la nada.