Cerró la puerta y echó a andar por las calles del casco viejo. Los adoquines relucían todavía mojados. Entró al bar, pidió un café y una copa de Magno que se bebió a palo seco, hay ocasiones que es necesario templar el cuerpo y sobre todo, el ánimo. Dejó el lugar y se dirigió a la cuesta de Santo Domingo. Las calles vacías tenían un dejo de tristeza. Vestido de pantalón y camisa blanca, pañoleta al cuello y faja roja, caminó a buen paso. Lo llamaremos Jokin para darle color al dato. 

Esta mañana del siete de julio, festividad de San Fermín, Pamplona es un lugar silencioso y muy triste. Por las calles que camina Jokin debería correrse el primer encierro de los Sanfermines del 2021, pero el bicho pandémico ha obligado a cancelar todos los actos festivos de una feria suspendida por dos años consecutivos. Así que los toros no galoparán por las calles ni habrá corrida por la tarde, no hay mozos ni murmullo creciente conforme dan las ocho en punto, ni los turistas abarrotan los balcones de los edificios que tienen vista al circuito.

Llega al sitio de reunión como otros años. A Jokin no le causa sorpresa encontrarlos, sabía muy bien que justo estarían allí, bajo la hornacina que resguarda al santo patrono en la cuesta de Santo Domingo, están los compañeros que como él, por nada del mundo faltarían a su cita; son los que no se han resignado a la broma que les ha jugado el destino, la de un encierro diferente, el de casa. Hay abrazos entre los viejos conocidos, que también van vestidos de blanco y rojo. Para ser fieles a la costumbre y a la nostalgia, a la hora que manda la tradición, todos juntos entonan los tres cánticos del: “A San Fermín pedimos...” que precede al encierro. Al término de la última estrofa del tercer canto, no escapa a saltos la tensión nerviosa de otros años en espera del chupinazo inmediato. El caudal de adrenalina no arrasará las calles como una creciente impetuosa. 

Jokin se une a los que deciden hacer el recorrido completo, esta vez, sin riesgos, casi en solitario, silenciosos y andando al paso distrayendo sus melancolías, no los rodean corredores eufóricos ni toros que atropellan a los que alcanzan y que si los humos se les suben a los pitones, se detienen, dan media vuelta y se ponen a repartir cornadas. Tampoco hay vallado ni cámaras de Televisión Española. Los que sí están son los recuerdos de peligros y emociones de otros años.

Durante el trayecto, encuentran a los cabales que vestidos de pamplonicas no se han conformado. El día es gris porque no hay turistas venidos de todos los confines del planeta a una de las fiestas más singulares del mundo y la situación es tan extraña y sombría, que por no salir, no ha salido ni San Fermín en su procesión. Hasta el santo ha tenido que respetar el confinamiento.