El precario equilibrio del aceitado engranaje de la economía global apenas comenzaba a recuperarse del impacto de la pandemia cuando ya estaba resintiendo las diferentes ondas expansivas de la crisis al este del río Dniéper. Un concierto de naciones y sanciones económicas llovieron sobre Bielorrusia y Rusia para condicionar muchas de las industrias globales, a la par que la economía ucraniana se detenía bruscamente. La mayor crisis será la humanitaria, con obviedad en Ucrania, pero esta se ramificará en importantes pobrezas alimentarias que derivarán de la inevitable escalada de precios en los alimentos globales.

Dentro del concierto de naciones occidentales, es decir con una democracia y valores de libertad individual, México suena en disonancia al acercarse con demasiada cercanía al Kremlin. Pese a la batería de sanciones que Rusia enfrenta, en los ámbitos culturales, deportivos, sociales, y, los más importantes, económicos, México se ha rehusado a tomar parte de las sanciones al argumentar una historia de nulas sanciones unilaterales.

En la realidad los intercambios productivos son menores, comparados con el comercio mayoritariamente norteamericano que mantenemos, pero los rubros son de relevancia, especialmente por la venta de fertilizantes de Rusia a nuestro país, principal proveedor de estos insumos.

La importancia de Rusia para la ecuación del campo mexicano es tan importante que AMLO no dudó ni un instante en asegurar que no habría sanciones para evitar este intercambio, pese a quedar a la mitad de la batalla entre los modelos que buscan imperar en este siglo con autoritarismos o democracias participativas.

Una galopante inflación y la relevante depreciación del peso frente al dólar hacen inviables en la práctica la importación de urea desde Estados Unidos, además de que AMLO apuesta a mantener con vida el único apoyo palpable de la SADER, la entrega de fertilizantes del bienestar para los estados de Guerrero, Puebla, Morelos, Chiapas, Oaxaca, Tlaxcala, Durango, Nayarit y Zacatecas, todos ellos irrelevantes actores en el gran escenario nacional de la soberanía alimentaria, con el cariño y el respeto que profesamos a la entidad desde este espacio.

La incapacidad de PEMEX es una realidad lacerante para la industria nacional, como lo muestra la mediocre aportación nacional diaria de 2.5 mil millones de pies cúbicos de gas natural ante una demanda en constante crecimiento por 8.5 mil millones. Esta ausencia de gas natural, disponible y a precios competitivos, es la principal razón de la incapacidad nacional para producir los fertilizantes que necesitamos, por más que López Obrador achaque esto al neoliberalismo.

El complejo Petroquímico de Cosoleacaque en Minatitlán, única productora de amoniaco del país, está parado por presupuesto y fallos operativos, mientras que la iniciativa privada de Topolobampo no venderá su preciosa producción al gobierno federal, no tras los más de 10 años que la tuvieron detenida por meros caprichos, además de alimentarse de gas del otro lado de la frontera, argumento insalvable para esta administración.

México forma parte del TMEC y por lo tanto está obligado a cruzar por diversas aduanas y acuerdos por más que le pese. Incorporar al mercado mexicano un insumo proveniente de un país sancionado traerá, tarde que temprano, una avalancha de amparos y demandas por las asociaciones y lobbies más poderosos de la agricultura del otro lado del río Bravo, aunque esas jugadas a más de una banda sean ecuaciones fuera de la comprensión del Palacio Nacional.