Santo perro oso el que vivió en carne propia el líder de la bancada morenista en San Lázaro, Nachito Mier Velazco, cuando nomás no pudo amarrar el encargo presidencial pa’ que fuera palomeada la mentada Reforma Eléctrica.

Y es que no solo se fue por el caño toda su operación en la Cámara de Diputados pa’ que pasara a la de a Wilbur la “Ley Bartlett”, pos ya se le esfumó el sueño guajiro de llegar a la silla de El Alto.

La pesadilla de Nachito se le cumplió por andar presumiendo que podía pelear en las grandes ligas de la polaca nacional, cuando nomás pudo medio sacar a flote el barco morenista entre gritos y sombrerazos.

La Netflix, mis valedores, ¿a poco pensaba que echando rostro y moviendo el dedito le iban a alcanzar las canicas pa’ operar la reforma del Tlatoani de Macuspana?

Nel, mis carnales, y menos si a la primera de cambios se la pasaba haciendo campaña, digo, armando foros pa’ mostrar las “chingonerías” de la extinta reforma.

Pa’ puras penas y todo por las malditas ambiciones. Ahora su futuro político está en la tablita y depende de lo que digan sus patrones Mario Delgado y López Obrador.

¿Qué cuentas entregará Nachito cuando lo llamen al banquillo de los acusados? ¿A poco le cantará derecho a AMLO que pudieron más sus ansias de llegar al 2024 que hacer la chamba que le encargaron?

Y es que con tanto en juego, me cae de madre que Nachito pasará a la historia como uno de los merengues de la debacle morenista porque literalmente resucitó a la oposición.

Cómo olvidar la soberbia con que habló en tribuna, o la risa nerviosa cuando le estalló en su cara el “No pasará, no pasará”.

Ya nomás por tantita dignidad debería hacer pa’ un lado el discurso de “conservadores” y “traidores a la Patria”, pa’ bajarse del puesto porque desde su Tecamachalco vieron cómo le quedó enorme el chaleco.

Ahí de mientras, en la “calle de los sueños rotos” estará un buen rato Nachito relamiéndose las heridas, y pensando en la que se le fue de las manos por confiado.

Como diría mi jefecita: hasta en los perros hay razas.

Una cosa es vender el cuento en la colonia y otra es que te lo compren en Palacio Nacional.

Conste que el que avisa no es traidor.