¿Qué es la bravura? José Carlos Arévalo explica que la agresividad del toro es innata, pero su bravura es cultural.

Esto porque desde hace más de dos siglos el ser humano ha ido seleccionando individuos, analizando sus comportamientos, clasificando sus reatas, anotando el trazo genético de sementales y vientres, segmentándolos en familias en alrededor de mil doscientas ganaderías en distintas partes del mundo.

Para definir el concepto, Arévalo cita Juan Pedro Domecq y Díez quien afirma que "la bravura es la capacidad que el toro tiene de luchar hasta la muerte" (Arévalo, 2015).

Álvaro Domecq y Díez es un poco más específico: "Un toro bravo arranca pronto, embiste por derecho, siempre para adelante, galopando, no andando, ni trotando. Va siempre más allá de la cornada, tranquilo, reposado, seguro de su fuerza, de su poder, sin temor, sin bronquedad falsa, sin temor al ataque por la espalda. No debe sentir, además, el más insignificante gesto de dolor. Es un gladiador que hemos preparado y fortalecido en la soledad, cuatro años largos, para una lucha de sólo diez minutos. Debe aceptar la lucha y entregarse a ella sin una vacilación, sin un extraño. No cansarse y embestir aun cuando sienta la espada atravesándole. Precisamente esta enorme, trágica, interminable arrancada hacia adelante, contra todo y contra todos, y que no acabará más que con la muerte" (Domecq y Díez, 1985).

Más adelante, en el mismo libro, don Álvaro Domecq afirma que los toros de ahora son más bravos que los de ayer. 

No obstante en México nos quejamos del descastamiento, es decir, de la falta de bravura producto de la búsqueda de nobleza, de un toro más cómodo y propicio para faenas "artistas" en la muleta.

Tanto que en muchas plazas se lidia lo que Horacio Reiba ha denominado el "post toro de lidia mexicano" (Reiba, 2017). Este toro le ha restado emoción a la fiesta y algunos aficionados consideran que es una de las causas por las que el público ha dejado de ir en forma masiva al espectáculo taurino.

En la reciente feria llamada de aniversario en la Nuevo Progreso de Guadalajara dos corridas me hicieron recuperar la esperanza en la bravura. La de Los Encinos lidiada el 5 de febrero y la de Pozo Hondo del 26 de febrero.

Si le sumo la corrida de Jaral de Peñas del 23 de octubre del año pasado y dos sobreros de San Marcos que salieron al ruedo de Guadalajara en ese mismo octubre del 2022, infiero que aún hay casta y sangre brava en el campo mexicano.

La semana pasada recibí una invitación para asistir a la ganadería de Los Encinos, que servía para probar mi hipótesis. 

Tentaron cuatro toros que, por sus características genéticas y por las notas que tenían de su estirpe, eran candidatos a sementales.

Los animales habían cumplido con el estándar de bravura que se esperaba de ellos. Mostraron prontitud, galope, movilidad, humillación, fijeza tanto en los engaños, como  a la hora de rematar.

Los toros se vieron codiciosos y fieros, tanto que, por momentos, me dio la impresión que el tentador no había podido con ellos, quizá acostumbrado a otros hierros más más suaves y menos agresivos.

Se notaba alegría en el palco del ganadero. Si bien la tienta se había desarrollado con disciplina y con el silencio que exige una actividad que tendrá consecuencias en la genealogía de la casa, había buen humor y se escuchaban algunas loas y enhorabuenas. En eso salió el cuarto toro de la prueba.

Desde que remató en los burladeros se notó su agresividad y combatividad. La viveza y ánimo de sus primeras embestidas provocaron emoción en los que observábamos la tienta. A partir de ese momento no hubo distracciones. 

A más de uno se le secó la garganta. El cárdeno transmitía emoción. Embestía con celo, queriendo atrapar el engaño por abajo, con la cara humillada y repitiendo con codicia. Fue al caballo y empujó con fuerza, peleó bajo el estribo y romaneó apretando con los riñones. 

En la faena de muleta fue fijo, pronto y fiero. Me hizo ver que la fijeza es una virtud esencial de la bravura ya que manifiesta disponibilidad y decisión. El futuro semental de Los Encinos perseguía con vehemencia y trataba de coger la muleta.

Galopaba con boyantía lo que transmitía peligro y provocaba emoción. El toro siempre fue a más. Peleaba en el centro del ruedo, se desplazaba de largo, con un comportamiento definido y de mucha raza. 

Al término de la tienta, Eduardo Martínez Urquidi me mostró los potreros y fue explicando algunas de las muchas decisiones que forman el conjunto de su trabajo como ganadero.

Me contó de la selección de los pastos y las avenas para la nutrición de las futuras madres, del acomodo de las vacas, de los empadres, la rotación de sementales y las distintas líneas genéticas con las que intenta definir un concepto muy propio de bravura.

Mientras lo escuchaba recordé un viaje que hice a la Borgoña, una región vinícola de Francia al norte del valle del Ródano. Había leído que la zona está formada por pequeños pueblos rodeados por una combinación de viñedos planos e inclinados.

En toda la Borgoña se cultiva uva pinot noir, pero el precio del vino depende de si provienen de la zona media o alta de las laderas, son más caros donde los viñedos tienen la mayor exposición al sol y mejor drenaje.

Conforme fui visitando los viñedos y hablando con los expertos, todos coincidían en que la calidad del vino depende del enólogo. No es la tierra, ni los insumos, mucho menos la ubicación: entre el 70 y el 80 por ciento del vino es el producto de las decisiones que va tomando el enólogo. 

Sucede lo mismo con la genealogía y, por lo tanto, la bravura del toro de lidia. Así como el aroma, sabor y textura de un vino depende del trabajo del enólogo; la fiereza, codicia, prontitud, largura de embestida y humillación de un toro de lidia es producto de una serie de decisiones que van tomando los ganaderos. 

Dado que la bravura es un producto cultural, su búsqueda está ligado a la herencia, al gusto y a la personalidad de la estirpe ganadera. El campo bravo tiene la magia de cambiar horizontes y la forma de mirar el mundo y la naturaleza.

En México hay esperanza porque aún hay ganaderos que, con romanticismo, apuestan por la trasmisión y la emoción que provoca la bravura de un toro de lidia.