Cada uno de nosotros nos emocionamos de un modo único y personal. Las corridas de toros, como arte que son, despiertan pasiones y con ellas se producen acaloradas polémicas.
El pasado sábado de Gloria triunfaron en grande Andrés Roca Rey en Arles y Juan Ortega en la corrida picassiana de Málaga.
Fragmentos de las faenas han recorrido las redes sociales y lo mismo provocan halagos que las más desmesuradas críticas; algunas, incluso, con adjetivos altisonantes tanto para los toreros como para aquellos que habían disfrutado de las faenas.
El caso de Andrés Roca Rey merece especial atención. Es el torero que llena las plazas, quien más se arrima, triunfa en casi todas las tarde provocando grandes emociones los tendidos, pero es el más denostado en Twitter.
En el momento cumbre de su faena en Arlés, después una larga tanda de derechazos y de un pase de pecho, sin enmendar, ligó cuatro dosantinas sin pausa; es decir, en un palmo de terreno, sin detenerse, el toro dio cuatro giros alrededor del peruano.
Un muletazo en redondo invertido de cuatro vueltas, haciendo gala de dominio y temple. La algarabía del público en el coliseo de Arlés y los descalificativos de los "entendidos" de las redes sociales.
Me pregunto si es valido desacreditar una faena y al público que la observa a lo lejos y desde una computadora.
La esencia del arte es que transmite sentimientos y provoca emociones. Difícilmente dos personas sentimos lo mismo ante un cuadro, una interpretación musical o una faena.
De hecho, podemos estar codo con codo observando la misma pintura y sentir cosas distintas. O estar en la misma sala de concierto escuchar diferentes sinfonías. Porque cada uno nos emocionamos en forma distinta.
Nuestras circunstancias vitales, experiencias, conocimientos y aspiraciones hacen que la apreciación de la obra de arte sea disímil. El arte es universal, pero al mismo tiempo le habla en forma individual a cada uno de nosotros. Nos emocionamos de un modo único y personal.
En ocasiones los expertos están tan llenos de prejuicios que les impiden disfrutar. Han perdido capacidad de asombro. Otros están tan concentrados en detectar los errores y las fallas en el cumplimiento de los "cánones" que se olvidan de sentir.
Le preguntaron al filósofo e ilustres cervantistas Martín de Riquer que qué le diría a alguien que no ha leído el Quijote. "¡Felicitarlo! Lo felicitaría porque le diría que aún le queda en esta vida el placer de leer el Quijote. Y añadiría que luego, cada determinado tiempo, se lee una o dos veces" (El País, 5 noviembre 2004).
En la introducción de "Los heterodoxos del toreo" José Alameda arremeta contra la crítica taurina. Empieza diciendo: "Si no hubiera hombres capaces de jugarse la vida frente a un toro, no habría corridas ni, por consiguiente, crítica taurina". Después se pregunta: "¿Cómo se ha podido llegar a la monstruosa deformación de que un sinvergüenza provisto de una pluma viva de insultar a quienes, con su arrojo, le dan la posibilidad de existir profesionalmente?"
Más adelante cuenta la historia de Sartorio quien, en el Renacimiento italiano, soñaba con ser historiador y crítico de arte. Sabía que Miguel Ángel era un genio. Pero no podía decir lo que todos saben. "Entonces –dice José Alameda–, la hincha, la saca del esófago, como los ventrículos. Suena falsa, metálica, pero suena. Ya puede Sartorio hacerse oír. Se planta en la tribuna y vocifera: ¡Miguel Ángel es un farsante!"
En mí familia teníamos derechos de apartado en la Plaza México en el segundo tendido de sombra en fila 10. Atrás de nosotros, en la fila once, asistían dos aficionados conocedores que analizaban y comentaban lo que sucedía en el ruedo.
Miguel, mí tío, harto de aquellos expertos, decidió cambiarse de lugar. "Son críticos de lo malo", me dijo.
La clave del buen aficionado está en su capacidad de sentir. El arte es un espejo donde vernos. Un lugar donde reconocernos. Por lo tanto, es a través de los sentimientos –que son únicos, personales e intransferibles– que vamos a disfrutar en plenitud una obra de arte.