Mientras escuchaba la homilía del padre Rogelio de la Garza en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús el pasado viernes 16 de junio, recordaba los estrechos vínculos entre el toreo y el catolicismo: "Arte católico", llamó al toreo Pepe Alameda.

Don Rogelio explicaba que en la adoración al Sagrado Corazón no se idolatra una imagen, sino se reconoce y agradece el amor que Cristo tiene a los seres humanos.

San Josemaría Escrivá de Balaguer decía que Dios no se dirige a nosotros con actitud de poder y que jamás se muestra lejano o altanero, por eso se presenta ante nosotros con un "Corazón de carne, con un Corazón como el nuestro, que es prueba fehaciente de amor y testimonio constante del misterio inenarrable de la caridad divina".

Esto viene al caso en una columna taurina porque tanto el culto al Sagrado Corazón como la fiesta de los toros jugaron un papel fundamental en la evangelización en América.

Consideramos importante profundizar en las raíces taurinas de la identidad mexicana para evitar confusiones, no solo de políticos oportunistas, sino de cualquiera que quiera desinformar o manipular.

La semana pasada, por ejemplo, El Instituto Juan Belmonte nos sorprendió con la publicación de un artículo superficial, impreciso y –en mi opinión– ofensivo hacia el toreo mexicano de Borja Cardelús Muñoz-Seca intitulado "Los toros en América hispana".

Las prácticas religiosas de los mexicas (y de otros pueblos prehispánicos) tenían muy arraigado el tema de la vida y la muerte que asociaban con los movimientos de los astros, la naturaleza y los animales. Encontraban respuestas en mitos cosmogónicos y para ello realizaban rituales de sobrevivencia.

El Sol, representado por Huitzilopochtli, derrotaba todos los días a la Luna. Para garantizar que continuara sucediendo, ofrecían en sacrificio lo más valioso del hombre: el corazón y la sangre. El corazón para los mexicas era fuente de la vida y medio de salvación.

El politeísmo de los pueblos prehispánicos y la semejanza de los ritos sacrifícales les permitió aceptar el mensaje de Cristo y entender la importancia de la Eucaristía. Sus cultos incluían también una inmolación por amor y el consumo del sacrificado.

No obstante, les costaba trabajo comprender el misterio de la transubstanciación, es decir, la conversión del pan y del vino en sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo.

Tres elementos impedían el entendimiento entre españoles e indígenas: Primero, los indígenas necesitaban ver la sangre y el corazón del sacrificado. Segundo, las ceremonias rituales prehispánicas incluían el consumo de la carne de la víctima, que era a su vez fuente de proteínas. Tercero, a los españoles los actos antropófagos les parecían grotescos e inaceptables.

Como lo explica Patricia Martínez de Vicente, los frailes franciscanos tuvieron un par de ideas para conciliar las diferencias. En primera instancia, promovieron la adoración del Sagrado Corazón de Jesús. Este culto les permitía ver el corazón de la Víctima Sacrificada, comprender y creer.

Es interesante el atrevimiento que tuvieron los evangelizadores porque el culto al Sagrado Corazón no solo no estaba extendido en Europa, sino que era considerada una práctica heterodoxa y no del todo aceptada.

De hecho, la prohibición de su iconografía fue incluida en los temas que se debatieron en el IV Concilio Provincial de 1771. La adoración al Sagrado Corazón tuvo aceptación generalizada en el Iglesia hasta 1864 cuando el papa León XII proclamó venerable a Margarita María de Alacoque quien había tenido apariciones en 1675.

Regresando a la evangelización, a los mexicas aún les hacía falta la sangre. Los españoles, por su parte, no verían a los indígenas como seres humanos mientras siguieran con prácticas caníbales.

Por lo que los frailes introdujeron la fiesta de los toros para unir las dos culturas y gestar un inseparable mestizaje. Los mexicanos hicieron suyas las corridas de toros y ello armonizó la conquista.

Martínez de Vicente afirma: "Así, las dimensiones religiosas del toro que se habían deducido de la observación del ritual oblativo de la Tauromaquia en España, se reproducen en México y se expresan, en sustitución al sacrificio cruento humano a través de su propia religión autóctona. Estas afinidades puestas de manifiesto gracias al encuentro de españoles y aztecas nos ayudan a entender, por qué la fiesta de los toros se ha enraizado tan firme y profundamente".

Esta correspondencia sigue presente en la cultura popular mexicana. Tanto que, en la final de la Liga de Novilladas en el 2022, Isaac Fonseca partió plaza con un capote de paseo con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Qué sirva esta evocación para que mañana Isaac tenga suerte en la final de la Copa Chenel!

Como lo recordé en la homilía del padre Rogelio de la Garza y lo afirma con firmeza Pepe Alameda: "El Catolicismo, como ideal de vida, y los toros, como fiesta popular, van caminando juntos desde su prehistoria hasta su florecimiento actual, sin separarse un momento, como fenómenos distintos de una misma cultura, tal la rama alta y la rama baja de un mismo árbol".