El artículo de la semana pasada donde intenté hacer una reflexión sobre la ética de un aficionado a los toros provocó diferentes reacciones.
Recibí llamadas y mensajes con comentarios diversos, desde los que me felicitaban hasta los que me recriminaban por salirme de la plaza. Me queda claro que el tema genera polémica por lo que vale la pena seguir profundizando.
Pero antes de regresar a las responsabilidades que asumimos los que compramos un boleto, voy a analizar la ética de otros actores que intervienen en la fiesta, en esta ocasión sobre la de los toreros y la próxima semana la de los empresarios.
Una corrida de toros es un combate a muerte entre un ser humano y un toro bravo. Un enfrentamiento desigual, pero leal.
Disímil porque se enfrentan un animal fiero, indócil, que tiene tal fuerza que es capaz de levantar con los músculos de su cuello hasta seis veces su peso y con una energía al embestir que supera los cuatro mil kilos de fuerza; y un hombre dotado de técnica y astucia. Pero leal, porque el hombre combate al toro de frente, poniendo su vida en peligro y dándole las ventajas al adversario.
El rejoneador Ángel Peralta resumió la ética de una corrida de toros diciendo que "torear es engañar al toro sin mentir". El hombre se enfrenta a la bestia poniendo su vida en juego.
Francis Wolff explica que la ética de la tauromaquia consiste en saber que, para matar a tu adversario, debes arriesgar tu propia vida. En su libro "Filosofía de las corridas de toros" ahonda:
"Ésa es precisamente la proeza: lograr con un acto de un hombre solo abatir una fiera. Lograrlo de frente… respetando al adversario, tratándolo como adversario precisamente, no como víctima propiciatoria. La ética del cara a cara tauromáquico es la del duelo. El hombre no inmola, triunfa. El animal no muere como víctima, sino que es el hombre el que lo mata como un héroe. El modo de ejecución de la estocada debe ser "en corto y por derecho", como dice el adagio (…) la estocada es la apoteosis real del valiente".
Una faena se culmina con la suerte suprema, que es la muerte del toro. La sabiduría popular reza: "el torero que no hace la cruz se lo lleva el diablo".
Una expresión explica que al realizar una estocada el torero debe llevar a cabo un acto de fe, de valor y de técnica. "Hacer la cruz", además del simbolismo cristiano, representa el movimiento de cruzar una mano con la otra, al mismo tiempo que se cruza el pitón después de que el torero ha citado y embarcado al toro.
Es una resolución firme, hecha con franqueza en donde se combina habilidad y lealtad. La mano derecha mata, mientras que la izquierda engaña, pero sin cegar al toro. Por eso Ángel Peralta dice "engañar sin mentir". La suerte suprema es el momento de ser o no ser, de matar o morir.
Xavier González Fisher me recordaba que la ética era uno de los pilares de la tauromaquia de David Silveti: "Siempre fui muy respetuoso de la parte ética, del ser coherente dentro y fuera del ruedo, de una serie de cosas por respeto a mis antepasados, a todos los que han regado sangre en la arena por defender una posición".
El propio González Fisher elabora sobre la declaración de principios del Rey David: "implica que el ejercicio del toreo lleva implícita una moralidad, un conjunto de virtudes que, desde un enfoque aristotélico, deben desarrollarse como hábitos –la valentía o la templanza– pues como afirmaba el estagirita, para ser valeroso, hay que actuar valerosamente".
David Silveti aseguraba que en el arte del toreo no se puede mentir. Para él, torear era una necesidad y vivir una circunstancia. En "Diálogos con Navegante" José Tomás retoma los conceptos del Rey David y afirma: "En la plaza cada uno se comporta tal como es, en la plaza no se puede fingir, en la plaza todo es de verdad". En el no fingir está implícita una integridad de no engañar ni al toro, ni al público.
Los matadores aspiran alcanzar el ethos del toreo, es decir, el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman la identidad de quienes se visten de luces.
Pero este ethos es frágil porque para alcanzarlo el hombre tiene que poner su vida en juego y enfrentarse al toro que es imprevisible. La ética del torero, entonces, es una ética del ser.
Para tener derecho a ser llamado "Torero" es necesario superar el "hacer bien las cosas", se requiere "ser" de verdad.