Repartidas están las candidaturas de los dos grandes bloques electorales para la gubernatura de Puebla y la alcaldía de la capital hacia las elecciones del 2 de junio. No es sorpresa que, a pesar de los intentos del Instituto Nacional Electoral (INE) y las promesas de las diversas fuerzas políticas, el objetivo de garantizar la paridad de género se quedó como una mera ilusión. Estos espacios serán ocupados por hombres.
Por supuesto, el tema suscitó un intenso debate al interior de los partidos y provocó la misma especulación mediática. En ambos casos, la lamentable manera en que se consideraba contemplar perfiles no masculinos como un riesgo fue un testimonio de que, a pesar de la introducción cada vez más amplia y significativa de mujeres en el ámbito político, poco se valora su trabajo. Entonces, la paridad, se supone, nos importa, pero no lo suficiente para “sacrificar” posiciones y victorias.
Especialmente, durante el revuelo de la encuesta realizada por Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en Puebla, cada vez que emergía el nombre de alguna de las contendientes en la lista, columnistas del ámbito periodístico poblano insistían en su poca capacidad, al carecer, como uno de ellos mencionó de manera textual, de “trayectoria y talento”.
Remarcable la necedad con que muchos de estos “líderes de opinión” se referían a las contendientes como “señoras”. Curiosamente, ni Armenta, ni Pepe, ni Lalo, ni ningún otro aspirante, fue llamado “señor”. Tampoco se arremetió con semejante saña hacia otros participantes hombres que, en efecto, ostentaban una carencia de “trayectoria y talento”, porque seguro que los había.
El término tiene connotaciones que no dejan de lastimar la labor de las mujeres en la sociedad mexicana. Por un lado, ese uso despectivo buscó con insistencia minimizar la labor profesional y sí, la trayectoria –porque todas las integrantes de la lista la tenían- de las mujeres que aspiraron a hacerse de la candidatura más codiciada de Puebla.
Pero tampoco podemos ignorar que es utilizado de esta manera, justo porque estigmatiza y desprecia el papel de las mujeres que deciden permanecer en el ámbito doméstico y sus respectivas contribuciones a la educación y los cuidados. Parece que, al final de cuentas, ninguna se salva.
Algo debe quedar claro. Lo que la reforma en paridad de género significó en 2014, no fue una obligación para llenar con mujeres las llamadas “cuotas de género”. Significó abrir las puertas para todas aquellas que sólo estaban contenidas por la cerrazón que histórica y sistemáticamente se había aplicado a las mujeres para su acceso al poder.
De manera mediática, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, no debe convertirse en un festejo con decoraciones púrpura. No puede ser una agenda obligatoria para políticos, congresos y empresas. Busquemos que el #8M siga siendo el espacio para denunciar el acoso, la violencia, la inequidad. Que este día, pero también el resto de los días, sean siempre una plataforma para concretar avances.