En un mundo donde la lógica del capital domina, las fuerzas del mercado tienen un impacto tangible en nuestra vida cotidiana. Nuestro refri, mesa y cocina.

A diario vemos cómo nuestro poder adquisitivo se evapora, mientras los precios de los alimentos básicos se disparan sin control. Nos encontramos en una situación donde alimentarse adecuadamente se ha vuelto un lujo. 6 de cada 10 mexicanos destina más de 40% de su salario para —mal— alimentarse. Una barbaridad que la máxima necesidad del comer quede en la incertidumbre, lo que explica, si lo piensa un segundo, buena parte del resto de la realidad del país.

Tomemos el ejemplo macroeconómico de los ajustes en la tasa de interés de Estados Unidos y la posibilidad siempre inminente de una recesión, misma que se sintió con mayor intensidad este fin de semana. Estos movimientos en la esfera financiera no son meras abstracciones; juegan con los precios globales de los granos, volviendo a nuestra alimentación un campo de batalla para las guerras del capital. El pánico financiero inyecta una volatilidad en el mercado de granos que lo convierte en un juego de ruleta rusa. Lo que el viernes costaba 5% más, se desplomó para valer -2% y terminar en el mismo lugar al final de la jornada.

Aterrizando en nuestra realidad más cercana, nos encontramos con que la inflación ha decidido hacer de las suyas en la canasta básica nacional. Las frutas y verduras, esenciales para nuestra dieta, se han convertido en víctimas de esta espiral.

La sequía ha jugado un papel crucial en esta tragedia, elevando los precios a niveles desorbitados. Tomemos como ejemplo el chayote, ese humilde vegetal que ha sufrido un incremento del 125%. Este fenómeno ha empujado la tasa de inflación general a un preocupante 5.61% anual en la primera quincena de julio.

Pero, ¿qué significan realmente estos números? Para muchos, el 5.61% puede parecer una cifra más en el vasto océano de datos, una pequeñita cifra que poco debe significar, ¿no? Cada punto porcentual en la inflación se traduce en un aumento de 0.84% en la tasa de pobreza de un país de 130 millones.

En otras palabras, a medida que los precios suben, más personas se ven empujadas por debajo del umbral de la pobreza, incapaces de satisfacer sus necesidades más dignas; recuerde cuanta gente destina buena parte de sus ingresos para alimentarse.

Y revertir esta tendencia no es tarea fácil. Un incremento del 1% en el PIB estatal se asocia con una disminución del 0.57% en la pobreza, menos que lo que incrementa la inflación.

Regresemos al chayote, que en otro tiempo llenaba sin pena ni gloria con chayotextles o huaras —si prefiere el purépecha al náhuatl— nuestras mesas.

Veracruz, especialmente la zona de la falda del Pico de Orizaba, posee el monopolio nacional, con el 85% de las hectáreas chayoteras del país. El déficit de recursos, particularmente el agua, ha hecho que este monopolio sea más una carga que un tesoro.

La falta de inversión en infraestructura hídrica y la gestión inepta de los recursos naturales son decisiones políticas que tienen consecuencias directas, además de una brutal temporada de granizadas que destruyó 8 de cada 10 plantíos. Cambio climático.

Así, un vegetal que debería ser abundante y accesible se convierte en un lujo, reflejando la desconexión total entre la economía política y la realidad cotidiana. La caja de 20 kilos, que el año pasado no pasaba de $400, este año rebasó los $1,200.

La inflación en los alimentos nos deja con el estómago vacío y el alma inquieta. Los precios suben, los sueldos no alcanzan, y el campo, agotado, mira al cielo en busca de respuestas: le graniza. Para que se le rompa a uno el corazón chayote.