El Rojo Tres es un pigmento sintético surgido de las entrañas de la tierra que ha teñido nuestra realidad de un carmín artificial. Nació en los laboratorios, hijo del petróleo, infiltrado en nuestros alimentos; tiñendo de rojo nuestros dulces, nuestros embutidos y hasta las cerezas confitadas. Es un color que promete vitalidad, que evoca la pasión y el deseo, pero que esconde en su interior una sombra inquietante, un sabor a artificio que nos deja un regusto amargo: es cancerígeno probado.

Como un alquimista moderno, la industria alimentaria ha creado (hace más de un par de pares de décadas) un elixir rojo, un elixir que promete vitalidad y placer, pero que esconde en su interior los secretos de un mundo industrializado que solo aboga por utilidades.

La prohibición del ácido carmínico, un colorante natural de origen animal, de la mexicanísima grana cochinilla, abrió las puertas a la hegemonía del Rojo Tres. La industria alimentaria, ávida de pigmentos intensos y económicos, encontró en este compuesto sintético un aliado perfecto. La ironía reside en que, mientras se buscaban alternativas «veganas» a los colorantes naturales que daba un insecto, se consolidaba el uso de una sustancia derivada del petróleo, un producto emblemático de la era industrial, cancerígeno para no olvidar.

¿Por qué lo permitimos? Por comodidad, por prisa. Queremos todo rápido, todo barato, y ese rojo nos lo da. Pero ¿a qué precio? La ciencia lleva al menos 34 años diciendo que por el cómodo precio de una quimioterapia. Pero ¿quién escucha? Las empresas siguen ganando dinero, los políticos siguen mirando para otro lado.

La prohibición del Rojo Tres en Estados Unidos en un futuro cercano representa un paso importante hacia una alimentación más segura y saludable, las múltiples quejas en el Congreso y la llegada de Robert Kennedy al gobierno de Trump lo hacen casi un hecho.

En México, como en todas las otras naciones del mundo, tenemos bien identificados todos estos compuestos dañinos, con nombres como Amarillo Crepúsculo, Quinolina, Negro PN, o Azul Patentado 5, pero la realidad se condensa en que a nuestros legisladores les vale un reverendo cacahuate hacer cosas por el verdadero beneficio público.
De nuevo, esto no es para satanizar a la industria alimenticia, son héroes modernos que permiten la sociedad moderna. Tampoco para señalar los compuestos químicos en la comida (frase más absurda, pues todo alimento son compuestos químicos). O pensar que por venir del petróleo es malo, 99% de toda la vainilla que ha saboreado en su vida no viene de la vaina.

Si usted responde «es que con comer natural basta» es que no ha comprendido lo enormemente complicado que es alimentar a la población global —diez planas, «la dieta de la milpa es una dieta de subsistencia de la edad de piedra que condena biológicamente a sus usuarios»— y no entiende el privilegio que es nutrirse en este país. Pero lo cierto es que, si le deja manga ancha a cualquier industria, va a aprovecharse, sea que haga gansitos o bolsas de espinaca.