El pasado concierto de año nuevo, organizado por el gobierno de la Ciudad de México, a cargo de Polymarchs, tiene varias lecturas. El sonidero, que contribuyó a la consolidación de géneros musicales como el disco, el Italodisco y el High Energy en el país durante la década de los 70 y 80, este 31 de diciembre, volvió a inscribirse en la historia de la cultura popular en México.
Ahora, lo hizo como chivo expiatorio de las deudas en materia de salud y educación que perduran en el país. Pero también, ha sacado a relucir la división, principalmente exaltada por los encuentros entre ideologías políticas, que, a final de cuentas, es un profundo recordatorio del clasismo que pervive en la sociedad mexicana.
Por sí mismo, Polymarchs es una autoridad. Fundado en 1975 por los hermanos Apolinar Silva, se caracterizó por acercar, a través de sus espectáculos y sus producciones discográficas, la música más popular de los tiempos, incluyendo en su repertorio temas de Patrick Hernández, Dona Summer, The Flirts, The Tapps y Trans-X, entre muchos otros intérpretes que marcaron a una generación y siguen trascendiendo.
Por lo tanto, no era nada sorpresivo, o por lo menos no tendría que serlo, la expectación que esta iniciativa generó y el poder de convocatoria alcanzado, con más de 200 mil asistentes al Paseo de la Reforma. Claro, está muchas de las críticas volcadas pueden partir de una significativa brecha de edad, pues muchos de los usuarios de redes sociales poco conocieron sobre las tendencias que dominaron en esta época y cómo influyeron en la creación de identidades y comunidad.
Sin embargo, entre la discusión si los Apolinar Silva tienen que ver con funcionarios del actual gobierno capitalino y si los millones de pesos pagados por el espectáculo valían la pena, se asomó un insistente ataque contra quienes asistirían al multitudinario evento, dando por sentado, que se trataba de seguidores de la llamada “4T”.
Los últimos años, se ha buscado culpar al expresidente López Obrador de esta dinámica de “división”, pero si AMLO con la popularización de la expresión “fifí” hizo lo suyo, la oposición se ha superado. Las reacciones de ciertos sectores ante la pasada victoria presidencial de Morena bajo el nuevo estandarte de “disfruten lo votado”, dejaron las más tristes evidencias de que en México hay un “ustedes” y un “nosotros” enmarcado, principalmente, por la evocación de la “clase”. En un país en que las brechas económicas entre los niveles más intermedios se han desdibujado, se trata de prácticas que no tienen lugar.
El desprecio volcado ante los seguidores de Polymarchs vio su punto culminante en la expresión que todos emplearon pero que solo la actriz Laisha Wilkins, como personaje público, se atrevió a usar con significativa audacia: “naco”.
De acuerdo con Enrique Serna, en el “El naco en el país de las castas” (1996), el término popularizado en la década de los 70, “se ha entronizado como uno de los calificativos más hirientes del español mexicano”, empleado a la vez, señala el autor, con un sentido “racista, clasista y esteticista”.
Serna rastrea su origen, a “un mote alusivo a su pasado indígena” como “indio de calzones blancos”, y cuyo uso no tuvo más que el motivo de las autodenominadas clases altas de aquellos tiempos de “recurrir a un calificativo más humillante para nombrar a la chusma”, en búsqueda de un diferenciador con quienes arribaban a la capital del país y comenzaban a adquirir poder adquisitivo.
Así pues, “ignoramos nuestra condición de nacos hasta que alguien viene a echárnosla en cara… hay una escala móvil de la naquez, que depende de las ínfulas raciales y sociales del agresor”, apunta con simpatía en un ensayo que siempre vale la pena repasar.
Ahora bien, aunque ya muy normalizado este término, es necesario tomar conciencia de las heridas que aún es capaz de producir, pues seguirá atrayendo la discriminación histórica a los grupos de comunidades originarias y, en su uso más moderno, trata aún de lastimar a aquellos enmarcados dentro del “ustedes”.
Con todo, Polymarchs y su High Energy volvió a hacer historia entre las juventudes actuales y las de antaño, quienes se volcaron a las calles a cantar y bailar entre la nostalgia y la celebración. Afortunadamente, lo que menos prevaleció en la pista fueron las diferencias ideológicas.