En Morena Puebla hay cargos que, más que posiciones de poder, parecen castigos bíblicos. Y es que mientras unos buscan profesionalizar al partido, otros lo arrastran como si el proyecto fuera hundirlo desde adentro. Caso concreto: la Secretaría de Finanzas del Comité Estatal, hoy ocupada por Miriam Ávila Peralta, la misma que ya había dado muestras de su “capacidad” desde hace años.
Porque Miriam no es una novata en estas lides. Su nombre comenzó a circular en 2018, cuando —gracias a un empujón discreto— fue impuesta como suplente de la diputada Nora Escamilla. Apenas entró como suplente por una carambola política, no habían pasado ni un par de sesiones cuando ya había corrido al equipo base, manoseado el presupuesto de apoyo legislativo y, como buena aspirante a la vieja escuela, decidió que era mejor invertir en una camioneta que en gestión social. A fin de cuentas, el pueblo puede esperar; el confort, no.
Su breve paso por el Congreso dejó más anécdotas que iniciativas. Quienes convivieron con ella recuerdan bien su estilo: desparpajado para el cargo, improvisado para el trabajo y soberbio para escuchar. No construyó acuerdos, ni dejó legado. Apenas duró lo que la campaña de Nora, y sin embargo, aprovechó su estancia para abrirse camino con quienes verdaderamente toman decisiones.
La relación con Jorge Mota fue su segunda escalera. Heredero de la estructura que en su momento tejió Eric Cotoñeto, Mota se convirtió en el promotor silencioso de varios cuadros que hoy ocupan espacios clave en Morena. Miriam fue una de ellas. Con su respaldo, se convirtió en consejera estatal. Nada mal para alguien cuya influencia política apenas rebasa las calles de Bosques de San Sebastián.
Ella misma presume ese cargo como si fuera una consagración electoral, cuando en realidad bastaron 50 simpatizantes reunidos en una tarde y el visto bueno de quienes reparten el pastel. Aun así, se asume “lidereza”, aunque no se le conozcan causas, ni militancia territorial, ni propuestas. Su mejor habilidad, hasta ahora, ha sido mantenerse dentro de la nómina.
Hoy, ya encaramada en Finanzas, su gestión es digna de manual… de lo que no debe hacerse. No hay recursos para eventos, no hay liberación de viáticos, no hay operación política. Y según testimonios internos del propio Comité, tampoco hay ni garrafones gratuitos.
Peor aún, se ha frenado la difusión de actividades, se han suspendido estrategias de posicionamiento y no hay condiciones básicas ni para atender medios ni para proyectar estructura. La maquinaria que debería aceitar el funcionamiento del partido, está paralizada.
El colmo de lo absurdo se vive en la colonia La Paz, donde se encuentra el corazón administrativo del partido. Ahí, vecinos han solicitado al Ayuntamiento retirar el ambulantaje frente al Comité Estatal de Morena. ¿La respuesta? Que los puestos —incluyendo una taquería de asada que hace esquina con el hartazgo ciudadano— cuentan con el aval de la propia Miriam Ávila.
Y entonces, uno se pregunta: ¿cómo espera Morena construir un proyecto duradero si sigue reciclando personajes que no entienden la dimensión de sus encargos?, ¿Qué mensaje envía cuando en vez de cuadros con trayectoria, coloca a improvisados que gestionan el partido como si fuera una mesa directiva vecinal?
Morena está a tiempo de corregir, pero no le queda mucho margen. Si de verdad aspira a sostener el poder más allá de su inercia electoral de AMLO y Sheinbaum (o sea AMLO de nuevo), tendrá que elegir entre la comodidad de sus vicios o el riesgo de profesionalizarse. Porque el boquete en sus finanzas no es contable: es ético.