Comenzó de golpe. Simplemente se apagó. Algo sucedió y dejó sin luz a España, Portugal y partes de Francia e Italia. Después de 24 horas seguimos sin saber a ciencia cierta, qué fue lo que pasó. 

Los llamados países del primer mundo se enfrentaron a vivir en la oscuridad, al menos, por una veintena de horas. Tiempo suficiente para poner de cabeza la vida tal cual se conoce ahora mismo en la península Ibérica. 

Eso sí, hospitales y aeropuertos dieron muestra de lo importante que es la prevención. Gracias a los generadores propios, los médicos pudieron concluir las operaciones que tenían en marcha y mantener el soporte vital de las personas internadas. 

El apagón llevó a instalar un Consejo de Crisis y enfrentó a los ciudadanos a buscar alternativas, que en nuestro continente y en México suenan casi como cotidianas. Hielo, luz solar, combustibles fósiles, etcétera. 

Las grandes vialidades colapsaron ante la imposibilidad de aplicar el 1X1, tan útil para agilizar el tránsito en momentos donde los semáforos no pueden funcionar. 

Servicios como el suministro del agua, el teléfono (que ahora es por fibra óptica), las calderas y hasta la preparación de alimentos en estufas eléctricas, quedaron inutilizables. 

Quienes intentaron comprar alimentos, pilas o artículos que consideraban urgentes se enfrentaron a la realidad del dinero plástico. Sin efectivo no se podían hacer transacciones. Se requirió del papel moneda para poder adquirir los bienes más básicos, como velas, pan y agua. 

Los trenes, el sistema de transporte más presumido por los europeos, simplemente se quedó en pausa. Algunas personas pasaron dos o tres horas atrapadas en los vagones, que ante la falta de electricidad no podían abrir sus puertas ni prender el aire acondicionado. 

Caminar, usar bicicletas mecánicas y hasta patines, sustituyeron a la comodidad del Uber, motos y autos eléctricos. Recorridos de media hora se convirtieron en paseos no deseados de hasta tres horas. 

La ausencia de energía eléctrica paralizó a una nación que suspendió torneos de tenis, juegos de fútbol, conciertos, juicios políticos y hasta las actividades en el Parlamento. 

El exceso de tecnología que se encuentra en todos los aspectos de la vida moderna, les cobró la factura. 

Las crisis que hemos enfrentado de este lado del charco nos muestran que los mexicanos tenemos mejor capacidad de resiliencia que la que se observó ayer en España. Claro está que en el sur de nuestro país como en Venezuela, Cuba o Haití, nos hemos visto obligados a encontrar alternativas ante los constantes apagones. 

Y en medio de todo el caos, la sorpresa y hasta la incredulidad: la radio. Ese aparato analógico que a través de ondas mantuvo a toda una sociedad informada.

Las grabadoras, los transistores y en general los aparatos que ya se encontraban en desuso, ante la llegada de las apps, revivieron y nos recordaron que la radio ha estado y estará siempre en las situaciones más críticas de cualquier nación. Hasta el fin de los tiempos.