Un tuit de un verdadero periodista, al igual que sus notas informativas, debe ir acompañado de veracidad y fundamento.
Es un principio en el periodismo.
¿Entonces cuál temor?
Otra vez, la víscera se adelantó al entendimiento.
La nueva ley de ciberseguridad ha sido tachada por algunos como “ley mordaza”, sin siquiera entrarle a la lectura de fondo y sólo por lo que se escucha.
Va de nuevo.
La realidad es que no se trata de callar voces incómodas ni mucho menos de perseguir periodistas.
El objetivo es claro: proteger al ciudadano común de la violencia digital, ésa que duele, lastima y hasta mata.
Es simple, cuando hay un acoso, no había delito que perseguir.
Y lo han sufrido muchos, cualquier persona.
¿Qué haces cuando un menor recibe insultos, amenazas o es víctima de hostigamiento en redes?
Hasta ahora, poco o nada.
Es el problema que se busca atender.
El espíritu de la ley es sencillo: dar herramientas legales a quien no las tenía.
Se sancionará el ciberasedio, pero con precisión: debe ser reiterado, con intención de dañar emocional o físicamente y siempre desde un enfoque sexual.
No es para memes, sátiras ni para periodistas que incomodan con preguntas; es para proteger al menor que sufre bullying digital, al joven vulnerado desde la pantalla, a los padres que ya no saben cómo actuar.
En tanto, nosotros los periodistas ya contamos con una protección que va desde tratados internacionales hasta leyes locales, el ciudadano raso quedaba en el limbo en esta materia.
La legislación cubre ese hueco.
Pero además siguen las puertas abiertas.
Incluso la presidenta del Congreso, Laura Artemisa, ha señalado que si hace falta añadir un capítulo específico para medios y libertad de expresión, se hará.
Pero una cosa no cancela la otra.
No es censura que una víctima ahora pueda acusar a su agresor.
No es mordaza que alguien que fue humillado públicamente y sin razón, pueda buscar justicia.
Por eso, además del ciberasedio, también se legisla contra el espionaje digital.
Quien acceda sin permiso a sistemas informáticos será castigado.
Es un paso adelante frente a un delito moderno que muchos aún no entienden.
En un entorno donde las redes sociales se han convertido en armas para el linchamiento o el chantaje, Puebla no podía quedarse de brazos cruzados.
Se actúa, sí, pero escuchando.
Pero también si alguien ve un riesgo para la libertad de expresión, que lo diga, se analizará, se discutirá y, si es necesario, se ajustará.
Pero con bases, para eso son los foros.
La ley no se hizo para quienes tuitean sin descanso.
Se hizo para quienes callaban por miedo, porque no tenían cómo defenderse.
Se hizo para blindar a quienes no están en el círculo rojo, ni tienen padrinos ni micrófonos.
Para ellos es este nuevo andamiaje jurídico.
Porque lo que hoy se votó en Puebla no acalla las voces: las amplifica y da justicia a quienes nunca la tuvieron.
Tiempo al tiempo.