La vida y el sentido común me han demostrado que las cosas y las ideas que se imponen a las mayorías por decreto, para beneficio de unos cuantos, acaban siempre en fatalidad. Quizá tarden años y hasta décadas pero el final será siempre el mismo, las personas, los pueblos y las sociedades terminan por revelarse hasta exterminar por completo a aquel o aquellos que los engañaron.
 
Las dictaduras ‚Äîcualquiera que sean‚Äî inician con un pensamiento que delinea el camino hacia un bienestar común. Sin embargo, no en todos los caso ese deseo es autentico; por lo general, en los dictadores se esconde una intención de poder y enriquecimiento por medio de la manipulación y el engaño. En pocas palabras, es el triunfo del ego sobre cualquier sentimiento de justicia y honestidad.

A veces estos decretos aparecen como propuestas sutiles e inocentes; otras, como mandatos inflexibles con los que se busca condenar y exterminar al enemigo demoniaco que asedia al mundo entero, cuando "el mundo entero" es tan sólo una persona o un grupúsculo que ve amenazado su poder.

No hay castigo más castrante para una sociedad que condenarla a perder su libertad, su libertad de expresión, la posibilidad decir lo que piensan, sienten y creen. Hoy estamos viendo los resultados de la "decretivitis" en los países árabes y en las correcciones desesperadas que llevan Cuba y otros gobiernos dictatoriales.

No se puede amar ni respetar por decreto. El respeto se gana o se pierde con facilidad, todo depende del grado de congruencia y honestidad que se muestre, todo depende del respeto que uno muestre hacia los demás y hacia sí mismo.

Obviamente el respeto se pierde cuando alguna de las partes decepciona a la otra y elude cualquier posibilidad de diálogo inteligente. Es entonces cuando quien ostenta el poder termina por emitir decretos y hace valer su posición, una posición que el agraviado mismo le otorgó y que ahora se siente traicionado, decepcionado ante la incapacidad del decretante‚Ķ No se puede dialogar cuando se decreta y condena la perdida de la libertad. Así que, el que esté libre de piedras que lance la primera culpa.