A Margarito, Miguel y María Rosa la vida les deparó un destino similar en su vejez: sufrir pobreza, hambre y soledad en una sociedad donde no existen oportunidades laborales para los adultos mayores. Sólo encontraron trabajo como “cerillitos”, pero la discriminación ya la conocían desde que entraron en la tercera edad.

Son sólo tres historias de entre miles de personas en todo México que trabajan como empaquetadores en tiendas departamentales y que, en algunos casos, la muerte no los libra de la exclusión.

Con 89 años de edad, Margarito es la persona con mayor edad en Puebla trabajando en las cajas de los supermercados; Miguel es el único que ha presentado una demanda laboral por explotación, y María Rosa falleció atropellada afuera de la tienda, sin recibir la menor ayuda.

Tres historias que denotan el sufrimiento de este grupo social. Hombres y mujeres mayores de 65 años que por decisiones personales, falta de oportunidades o abandono trabajan por unas monedas y sueñan con un buen trato.

Explotación, con permiso

En México, 32 mil 340 personas mayores de 60 años laboran como empaquetadores en tiendas departamentales, todos sin un sueldo y, en muchos casos, con explotación, acoso, discriminación y sin derechos laborales.

De acuerdo con 32 solicitudes de información realizadas a los municipios más importantes del país (uno por entidad federativa), sólo Puebla y Tlaxcala tienen convenios directos entre supermercados y autoridades municipales para darles empleo guardando mercancía.

Es el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) el que tiene a su cargo la celebración de estos convenios en todo el país. Este organismo, al igual que el DIF en los municipios, intenta brindar una oportunidad laboral a los adultos mayores.

Pese a ello, este tipo de apoyo tiene sus inconvenientes: los supermercados encontraron empleados sin prestaciones y sin nada que ate jurídicamente a sus "voluntarios", dejándolos sin derechos, pero con muchas obligaciones.

La presión es constante para estos trabajadores. Romper cualquier cosa, hasta un frasco pequeño de mayonesa, es “el acabose” de las propinas de un día, del trabajo de hasta seis horas de pie y sin descanso. Por desgracia, por la habilidad pérdida con el paso de los años, son muy comunes los accidentes.
Y sus funciones no se limitan sólo a guardar en bolsas o cajas las compras de los clientes, su trabajo también incluye rolar turnos para realizar labores de limpieza, ser guardabultos o acomodadores, perdiendo propinas en esas horas.

Una sonrisa por una moneda

A don Margarito sus 89 años de edad no lo vencen, tampoco el cansancio de sus piernas o la leve sordera y vista cansada, que no pueden ocultarse; mucho menos la soledad en que vive. Lo que lo derrota es la discriminación laboral y humana que sufre a diario.

El paso de los años ha degenerado el cristalino de sus ojos tornándolos en un verde opaco y causado estragos en su cabello, que ahora luce cano. Aún con fuerzas, desde hace casi una década intenta sobrevivir con las propinas que recibe como “cerillito” en un centro comercial.

En un buen día, obtiene ganancias de 50 pesos, que junta del apoyo que los clientes le entregan por su trabajo. Y a pesar de que rara vez este pago supera el peso, su labor la acompaña con una sonrisa sincera.

Margarito Hernández Machorro es la persona con mayor edad que labora como empaquetador en un supermercado en todo el estado de Puebla, de acuerdo con el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) municipal.

Desde los 50 años lucha contra la falta de oportunidades laborales por su edad, en un país en donde tener más de 40 años marca a hombres y mujeres como “no aptos” para ocupar un cargo.

A punto de cumplir los 90 años, dejó atrás sus sueños de convertirse en cajero o por lo menos en afanador de la tienda Chedraui sucursal Capu en la que labora y así contar con prestaciones y —si sueña un poco más— obtener un crédito para una casa.

“Lo único que quiero es tener una casita, porque no me alcanza para pagar mi renta”, dice con optimismo, ya que de este modo podría aprovechar mejor los mil 200 pesos que recibe al mes como pensión.

—¿Cómo lo tratan?

—La tienda, bien; pero en los clientes hay de todo, hay muchos groseros, que ni nos voltean a ver, y otros que ni siquiera quieren tocarnos, hasta nos dejan las monedas en la caja para evitar el contacto.

Muerte y abandono

Gracias a su credencial del Inapam fue reconocido el cuerpo inerte de María Rosa, que yacía tirada en la calle ante la mirada de decenas de curiosos, reporteros gráficos y conductores.

El 7 de junio de 2013 fue el último de los 68 años de María Rosa Andrade Rojas. Perdió la vida arrollada por un autobús, justo frente al Chedraui donde laboraba y del que salía tras una ardua jornada de trabajo.

Con unos cuantos pesos en la bolsa, María Rosa esperaba el microbús que la llevaría a su casa en la colonia Tres Cruces, una de las colonias de mayor marginación en la capital del estado.

Desafortunadamente nunca llegó. El conductor de un autobús de la ruta Galgos del Sur invadió la banqueta y la embistió, arrebatándole la vida de inmediato.

Como si se tratara de una cifra más en sus estadísticas, las autoridades no dieron parte del accidente a sus familiares, y la noticia fue conocida hasta que a las 7 horas del siguiente día llegaron a la tienda a preguntar por ella.

María Rosa tenía a su cargo a su nieta. La tienda se desentendió y, ante la mayor “oscuridad” que provoca la pérdida de un familiar, la luz brilló a través del apoyo de sus excompañeros de trabajo.

Aun cuando sus ganancias fluctúan entre los 20 y 50 pesos al día, los empaquetadores hicieron una colecta, que, sumada al apoyo de cajeros y otros empleados, reunió 700 pesos que fueron entregados a la joven.

De acuerdo con información del DIF municipal de Puebla, en promedio cada mes muere un empaquetador de la tercera edad, casi todos por enfermedades propias de la edad, pero a ninguno se le apoya económicamente.

Carlos Morales Carmona, subdirector de programas del DIF municipal, señaló que después del accidente el Ministerio Público apoyó con un abogado de oficio, pero no se considera ninguna ayuda monetaria al no existir relación laboral.

Esto a pesar a que el artículo 474 de la Ley Federal del Trabajo en México señala que “se considera accidente de trabajo el que se sufre en el traslado de la casa del trabajador al centro donde labora y viceversa (…)”, pero en estos casos no se aplica.

Explotación

Don Miguel ha sufrido discriminación desde que llegó a la tercera edad, que, aunado a una lesión en su pierna derecha, lo obliga a usar bastón, impidiendo que sea considerado como candidato a obtener un empleo mejor remunerado.

Esta discriminación provoca que no encuentre trabajo formal en años, y la desesperación lo obligó a pedir ayuda a las autoridades de Puebla. Se acercó al DIF municipal con la esperanza de encontrar una actividad que le dé dinero para comer, y así se integró a la fila de empaquetadores.

Esta lucha fue el inicio de un “calvario” de trámites que lo llevó hasta los tribunales en busca de hacer valer sus derechos, no sólo laborales, si no humanos.

En Puebla es el único que se ha atrevido a denunciar las irregularidades y discriminación que sufre este sector social, que —con conocimiento de causa— nombra “esclavitud moderna”.

Para exigir el pago de un finiquito, demandó a Proveedora de Abarrotes Rivera, conocida comercialmente como La Gran Bodega, contra quien mantiene un juicio en materia laboral, bajo el número D2/43/2012, desde hace más de un año.

Conociendo el poder de las grandes empresas —que muchas veces cuentan con el apoyo de las autoridades—, don Miguel pidió el anonimato, pero no se niega a contar su historia, que podría ser el inicio de una lucha para mejorar las condiciones laborales de quienes se desempeñan en esta función.

Asegura que el argumento legal que las empresas utilizan para evitar su responsabilidad laboral al no ofrecer prestaciones o sueldo a los “cerillitos” es que se integran como “voluntarios”, y que sus únicas ganancias son las propinas que entregan los clientes.
El problema —agregó— es que además se aprovechan de la situación, y en muchas ocasiones maltratan y explotan a las personas de la tercera edad, poniéndolos a realizar funciones que los excluyen del contacto con los clientes.

El proceso emprendido contra la gran empresa se presentó ante la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, y le ha costado ser boletinado por "conflictivo", evitando que ahora pueda laborar en algún otro supermercado.

Pero, más grave que el abuso que las grandes firmas practican contra los empaquetadores, es que la discriminación proviene de los mismos trabajadores o jefes, quienes los ven menos.

La demanda considera el pago de vacaciones, prima vacacional, aguinaldo, aportaciones al Infonavit, IMSS y Afore, prestaciones que por ley —señala— le debieron dar al estar prestando un servicio.

Los voluntarios

En respuesta a una solicitud de información, el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) informó que en todo el país trabajan 32 mil 340 personas de la tercera edad.

Hasta la fecha, sólo se han presentados dos quejas por maltrato a empacador voluntario adulto mayor ante el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), y ninguna de ellas es de Puebla, según la respuesta entregada bajo el oficio DPE/1649/13.

El Inapam ha promovido 37 mil 404 vacantes en los supermercados para este sector vulnerable, sin embargo, no se han cubierto 5 mil 64 puestos donde se tiene convenio, con lugares como Comercial Mexicana, Chedraui, Casa Ley, Soriana y Grupo Marchad.

En Puebla el número de empacadores voluntarios se ha triplicado en los últimos dos años, luego de que en 2011 sólo había 121 personas en esta labor y ahora ya son 430, quienes trabajan en más de 40 tiendas de autoservicio.

Según la respuesta del DIF municipal de la Angelópolis, a la solicitud 47113, no se lleva un control de quejas, sin embargo, reconoce que las principales inconformidades de las tiendas son porque los adultos mayores no cumplen, aunque no sean empleados.

“(…) faltan cuando quieren sin autorización (…) no son puntuales (…) doblan turnos sin permiso del DIF (…) no respetan horarios de salida y entrada para otros compañeros”, señala parte el documento.

“En caso de que siga el comportamiento se le cambia de tienda y esto queda asentado en su historial y se elabora una carta compromiso, en la cual se incita al empacador a mejorar su comportamiento. Cabe destacar que a la tercera llamada de atención se les da de baja definitiva del programa”, reconoce el DIF municipal.

En entrevista, Paulina Alcocer, jefa del departamento de Adultos Mayores del DIF municipal, señaló que les dan seguimiento y siempre están al pendiente de que sean bien tratados en las tiendas.

—¿Hay abusos de las tiendas?

—Sí, constantemente se dan casos de que los ponen a limpiar u otras cosas. Como en todas relaciones laborales, se dan situaciones de abuso, pero ahí es donde entramos nosotros al recibir una queja, mandamos oficios hasta a los gerentes.

—¿Tienen derechos laborales?

—No, porque no están contratados. Cuando les damos su carta de nuevo ingreso, se especifica que no hay relación laboral ni compromiso por parte de la tienda.

Las condiciones

Aunque las autoridades exhortan constantemente a las tiendas a no utilizar a los adultos mayores en otras labores que no sea empaquetar, hacer todo lo contrario es de lo más común.

En poder de Intolerancia Diario se encuentran los roles semanales de trabajo de la tienda Gran Bodega, donde claramente se pone a los empacadores en la paquetería, e incluso se multa con 10 pesos a las personas que no respetan los horarios.
En otro documento se constata cómo se les obliga a asistir a todas las reuniones semanales del DIF municipal con distintos papeles, entre ellos el de un certificado médico reciente.

Cuando se realizó la visita de este medio a las tiendas Chedraui, sucursal Capu —donde labora don Margarito—, uno de los empacadores rompió accidentalmente un pequeño frasco de mayonesa.

La tensión fue tanta entre los empaquetadores, que se hizo un silencio sepulcral, mientras el “cerillito” recogía los pedazos de la mercancía de más de 20 pesos que le sería cobrada de sus propinas. “Medio día de trabajo perdido”, dijo.

Ante la situación, don Margarito tendrá que seguir soñando con un empleo, mientras que don Miguel seguirá su denuncia en los tribunales, con la esperanza de dejar un precedente al tiempo y buscar otro trabajo donde no se sienta humillado.