Israel Pérez López
“Ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo…”, esta es la invitación que Jesús, el Salvador del mundo, nos hace en este domingo, estimados hermanos, pero, ¿qué significa ser luz y alumbrar y ser sal de la tierra? ¿Brillar por la inteligencia, la cultura, la riqueza, la popularidad?, ciertamente no; Jesús habla de otra luz, de otro sentido de ser la sal. No tanto de la que procede de las ideas y está encerrada en los libros, cuanto de la que proviene de las acciones y habla con la vida. “Brille la luz de ustedes antes los hombres”, esto es, que se “vean nuestras obras”. En esta dirección es lo que la palabra de Dios nos hace reflexionar, ya lo contemplamos así desde la lectura de Isaías, “comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre… Entonces surgirá tu luz como la aurora”, exhorta el profeta, y esto nos muestra que todas nuestras acciones buenas son luz, pero en especial lo son las que se hacen para socorrer al prójimo, a los pobres.
En el caminar diario nos damos cuenta de la importancia del valor de la sal y de la luz, lo medimos siempre por el valor que tienen cuando lo relacionamos con otras cosas. Por ejemplo, un platillo sazonado con una pizca de sal lo hace delicioso, en cambio, sin sal se nos hace insípido y no se disfruta; sin luz, la oscuridad nos impide hacer muchas cosas. Si Cristo nos dice que somos la sal de la tierra y luz del mundo es porque sabe que, si lo seguimos a él, ayudaremos a las personas a ser más valiosas para ellas mismas y para los demás, sólo a través de la experiencia de vida junto a la luz por excelencia, y quien le da ese sazón a nuestra vida, Cristo Jesús, podremos también ser cada uno de nosotros luz para el esposo, la esposa, los compañeros de trabajo, de estudio, los amigos, etcétera., y darle “sabor” a cada acontecimiento que vamos viviendo, aún en esos momentos difíciles.
En este sentido vivir para los demás es ayudarlos a pensar mejor, a hablar mejor, a actuar más de acuerdo con la vida de Jesús. No podemos entender nuestra vida cristiana sólo pensando en nosotros mismos, sin salir de nosotros mismos. El cristiano tiene vocación de comunidad, vocación de fraternidad, vocación de comunión con todas las personas del mundo. Así lo hizo, así vivió Cristo, por los demás y para los demás. Esto no significa olvidarse de uno mismo, sino todo lo contrario, enriquecer nuestro yo personal. Tanto más somos, cuanto más nos damos a los demás.
Cuando la luz mengua o desparece, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. Jesús es la luz que viene a iluminarnos. El cristiano es luz del mundo en la medida en que sus ojos no se encuentran cegados por la luces de este mundo que deslumbran, en la medida en que tiene claridad para diferenciar lo pasajero de lo valioso, en la medida en que es consciente de su vocación de fe. Por eso estamos puestos para alumbrar a todos los de la casa, que son nuestros hermanos, los que comparten las mismas creencias pero también los que con causa o sin ella, se han alejado de la Iglesia. Una luz que se oculta bajo una olla, es una luz miserable, pobre y estéril que termina por consumirse en su egoísmo. Pero una luz puesta en alto, por débil que sea su flama, ilumina. Es la luz de la fe, de la esperanza, del amor supremo testimoniado por el Maestro. Por ello nos envía el Señor, a alumbrar a todos, no sólo a los míos, a los que me importan, a los que me simpatizan, a los afines, sino a todos. Y una llama, por endeble que sea, brilla más donde hay más oscuridad.
Nuestro seguimiento de Jesús se puede echar a perder si nos desviamos del camino de las bienaventuranzas que ya meditábamos el domingo pasado. Debemos tener muy presente que si la sal se vuelve insípida… Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente… y cuando se enciende una vele, no se esconde debajo de una olla. Nosotros no podemos suprimir este aspecto que nos invita en este domingo el Evangelio: presentes en el mundo, sí, pero sin perder nuestra identidad cristiana, sin esconder nunca nuestra condición de seguidores de Jesucristo, porque dejarías de ser la luz del mundo si limitásemos nuestro cristianismo al interior del templo; porque seríamos una sal que ya no daría gusto si no saliéramos del salero de nuestra vida privada. Estamos invitados a ser esa sal que de sentido a nuestra propia vida y a la de los demás, y ser esa luz que guíe los pasos de quien más lo necesite. ¡Feliz domingo a todos!