En los domingos anteriores hemos contemplado en el relato lucano la importancia de actuar frente a la necesidad de alguna persona que ha caído en manos de la maldad (el buen samaritano), y a integrar acción eficaz como consecuencia de la contemplación y escucha de Jesús (Marta y María). Hoy el Evangelista nos ofrece la oportunidad de mirar a Jesús instruyendo a los discípulos en una necesidad que ellos mismos han descubierto en el ritmo de vida del Maestro: la oración como respaldo de toda decisión y medio para permanecer unido al Padre celestial.

La oración de confrontación

Abraham, en la primera lectura, aparece como un atrevido intercesor por los habitantes de una ciudad pecadora. “Regatea”, se atreve a negociar, confronta a Dios en su plan: no para hacerle cambiar de planes, sino para entender en el corazón limitado del hombre la voluntad divina que ha sido inscrita en nuestro interior, en la conciencia, que se va afinando en la misericordia, el perdón, la reconciliación.

Frente a la desgracia inminente, no hay otra salida más que el acercamiento confiado a Dios, con el deseo de comprender su voluntad. Abraham habla, pero en realidad lo hace sobre todo para escuchar a aquel que conoce nuestras limitaciones y que alienta también nuestras esperanzas.

La oración de acción de gracias

El salmo 137 es el himno de acción de gracias de un rey que, tras superar los peligros de la guerra y vencer a los enemigos, va al templo a agradecer a Dios por la victoria, confesando que el triunfo ha sido consecuencia de haber pedido confiadamente el auxilio de Dios: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque, cuando te invoqué, me escuchaste y, cuando caminé entre peligros, me conservaste la vida”.

Es fácil rezar este salmo con nuestros ojos puestos en Cristo, que “ora en nosotros como cabeza nuestra” (san Agustín). El Señor, verdadero rey del nuevo pueblo de Dios, al emprender, en su pasión, la lucha contra el pecado y la muerte, invocó a Dios, su Padre, y Dios le escuchó, caminando entre peligros; a pesar de haber penetrado incluso en el sepulcro, le conservó la vida, y, por eso, ahora, delante de los ángeles, da gracias de todo corazón.

La oración del Señor

San Lucas nos ofrece uno de los pasajes más bellos de ese camino de Jesús y sobre la actitud del discipulado cristiano. En el evangelio de Lucas, esta oración se encuentra en el marco de una catequesis sobre la oración. Está dividido en cuatro partes y abarca: la petición “¡Enséñanos a orar!”, juntamente con el Padrenuestro; la parábola del amigo que viene a pedir, y que Lucas entiende como exhortación a ser perseverantes en la oración; una invitación a orar y la imagen del padre generoso, que es una invitación a tener confianza en que hemos de ser escuchados.

Al ver que Jesús ora, los discípulos quieren aprender, pues ven que el Maestro se transforma. Jesús, en el evangelio de Lucas, ora con mucha frecuencia. No se trata de un arma secreta, sino de una necesidad que tiene como hijo de estar en contacto personal con el Padre, con Dios. Jesús no se guarda para sí esta oración, sino que la comunica a los suyos. Por esto mismo su predicación revela el sentido del Padrenuestro. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús sabrá rezar esta oración con el espíritu de Jesús, y sólo sabrá rezarlo quien antes aprenda a escuchar su predicación.

El Padrenuestro es la oración del discípulo, ya que Lucas señala con claridad que los discípulos se lo han pedido y Jesús les ha enseñado. Y los discípulos se lo pidieron para que ellos también tuvieran una oración que los identificara ante los demás grupos religiosos que existían. Es una oración destinada a aquellos que se han puesto en camino para buscar el Reino de Dios, con plena entrega de vida; para aquellos que convirtieron el Reino de Dios en el contenido exclusivo de su vida. Cuando Jesús enseña cómo y qué es lo que hay que orar, en realidad está enseñando implícitamente cómo ser y vivir, para poder orar de la misma manera.

La oración del cristiano

Santa Teresita del Niño Jesús decía que la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”. La oración es un don de Dios, y como tal, se requiere humildad para disponerse a entrar en comunión con Dios por este medio. La oración se completa en la acción, que lleva al cristiano a buscar favorecer al que se encuentra en peligro.

El cristiano de hoy, al reconocer su lugar en el mundo y frente a Dios, necesita urgentemente ponerse en oración. Una oración que le lleve no solo a pedir para sí mismo los bienes que cree que requiere para vivir bien, sino desde la experiencia profunda de encuentro con el Señor que lo sabe todo, y que nos invita a crecer en la confianza de su amor misericordioso: como el niño pequeño que para expresar un deseo a papá o a mamá, se recuesta en sus brazos para sentir el calor de un amor generoso que es capaz de renunciar a sí mismo para complacer al hijo amado.

P. Fernando Luna Vázquez