El olor a pólvora proveniente de los vetustos mosquetones bañaba a las cuadrillas de huehues que danzaban en las calles del milenario Huejotzingo.
El fervor ancestral movía a las cuadrillas de huehues, danzantes del carnaval que se celebra en las poblaciones de “Don Gregorio” —el Popocatépetl— y “La Mujer Dormida” —el Iztaccíhuatl—. Los tronidos de los mosquetones cimbraban las calles.
La música y la pólvora se confundía con la música de viento de las bandas que acompañaban a las cuadrillas de huehues.
A pesar del esfuerzo y el cansancio, los danzantes del carnaval, enfebrecidos por la música, los disparos de sus mosquetones y protegidos bajos sus máscaras nos recordaron cuánto el pasado indígena vive en la Puebla del presente.
El carnaval parece más bien un reto ante la peligrosa combinación: alcohol más pólvora, y con un aliciente más: los enmascarados pueden saciar viejas rencillas con cierto anonimato.
Además, como se dice entre los soldados de los batallones:
“El que sabe controlar esta madre, la sabe controlar pero él que no, no. Hay muchos cabrones que están briagos y le echan dos cartuchos al tubo y claro. Te pones la máscara y no sabes ni quién te disparó.”
Las máscaras y el baile se reúnen
“Aquí en Huejotzingo siempre hay muertos”, relata un viejo soldado zuavo que no se cansa de mover sus pies al escuchar el rítmico tamborileo.
Eso no parece importarles a los soldados de los batallones que no se cansan de menear los pies como si estuvieran poseídos por algún ritmo ancestral y desconocido, quienes preparan el mosquetón y lanzan disparos que dejan sordos a los turistas.
Todo es fiesta
Ahora lucen sus máscaras, desde las de Salinas de Gortari hasta de Felipe Calderón son la novedad, y sus vistosos trajes. Hay desde niños y alguna que otra mujer. Pero la mayoría son jóvenes y hombres.
Lo que más llama la atención es la combinación de tiempos y culturas: los tenis de tianguis con los viejos atuendos de una fiesta que se remonta por lo menos al siglo XIX. Eso sí, no se puede bailar sino se lleva una cerveza en la mano que para el mediodía se pasa de inmediato y se sigue disparando.
En los barrios están listos para seguir danzando, y luego vendrán los mixiotes, más cervezas y los disparos.
Pero después de la refriega viene la calma.
Las bandas recuperan en cada batallón el ritmo de los tronidos de la pólvora. El saxofón tenor, la trompeta y el trombón son alimentados a soplidos oliendo a alcohol, y apenas descansa la banda, en un breve reposo, las mujeres les llevan a los soldados mixiotes de carnero con salsa, sopa, frijoles y tortillas.
La historia y las oficinas de Turismo podrán decir misa sobre el carnaval, lo cierto es que los habitantes de Huejotzingo lo viven como la gran fiesta de cada año, la festividad que le da sentido a sus vidas, sin importar que algunos niños pierdan sus dedos al disparar los mosquetones o haya muertos en la refriega.