José Alberto Vázquez Benítez

El escritor colombiano Álvaro Mutis murió el domingo pasado por la tarde en el Instituto Nacional de Cardiología a la edad de 90 años. Fue el creador de Maqroll, el Gaviero, personaje omnipresente en su riquísima y diversa obra; recibió el Premio Cervantes de literatura en 2001, habiendo antes recibido también el Premio Reina Sofía en las mismas artes. Al igual que su paisano, colega, compadre y compinche de múltiples aventuras literarias Gabriel García Márquez, Mutis radicaba en México desde la década de los 50. 

Dada su grata presencia e impostura de ser, tuvo la virtud de ser representante de Relaciones Públicas de la empresa petrolera Esso durante sus años de inicio de la carrera de escritor, primero en su natal Colombia y luego como director de Relaciones de la misma empresa en Europa. Desde ese puesto supo destinar acertadamente buena cantidad de recursos —en dólares— para becas, edición de libros, certámenes y para patrocinar viajes de estudio de muchos de sus colegas contemporáneos, inquietos todos ellos, como él.

Actor importante de los movimientos a nivel mundial, que dieron inicio en Paris y de ahí llegaron a nuestros países en el 68, el autor de La muerte del estratega fue hecho preso y recluido en la célebre cárcel de Lecumberri, donde permaneció y, de sus experiencias ahí, publicó en 1986 Diario de Lecumberri, un libro que debe considerarse fundamental para los jóvenes lectores mexicanos y de gran ayuda para entender el México post 1968.

De su experiencia al escribirla, él mismo se expresó así: “Los quince meses que pasé en el penal de Lecumberri esperando el resultado de un juicio de extradición, pertenecen a una época de mi vida que ha ido tomando dimensiones y lugares cada vez más ajenos a lo que fue la realidad de una experiencia que, por aleccionadora y fértil en episodios, no dejó de ser también un doloroso trance que hoy se me ocurre insoportable”. 

Con motivo del otorgamiento a su persona del Premio Cervantes, en una de las muchas entrevistas, Mutis se refirió, en una analogía muy propia, a su estancia en presidio de esta manera: “Hubiera escrito en mi destierro una pequeña historia de la Santa Inquisición bajo el título de Brújula de las equivocaciones o El cepo de los infieles, en donde hubiera puesto en evidencia todas las largas intrigas e infamias llevadas a cabo al amparo de la Santa Inquisición y a menudo con el consentimiento de sus altos oficiales”. Muy clara alusión y semejanza con lo que ocurría en el 68 y sigue ocurriendo en nuestros días.

En otra entrevista con el mismo motivo y hablando de la época que le tocó vivir, sentenció: “El siglo que me hubiera gustado vivir es el XVIII, con toda su carga de cinismo, de libertinaje, de elegancia, de bien escribir… Ésta época de ahora es exactamente la época en la que no hubiera querido vivir jamás, y me duele que la vivan mis hijos, y me da mucho coraje por mis nietos”.

De los muchos días y horas que juntos pasaron compartiendo proyectos, planes, jornadas de trabajo y viajes en torno a actividades culturales con García Márquez, en sus memorias Vivir para contarla Gabo dice: “Primero nuestros hijos y después nuestros nietos nos han preguntado a menudo sobre de qué hablamos con una pasión tan encarnizada, y les hemos contestado la verdad: siempre hablamos de lo mismo”.

Ayer por la noche el Premio Nobel de Literatura García Márquez, después de que desde el 10 de abril de este año no había puesto texto alguno en su Twitter, escribió una sola palabra que lo dice todo: “MUTIS”. Haciendo dramática alusión al vocablo que se utiliza en dramaturgia cuando un actor importante —y Álvaro Mutis lo fue en la literatura y en la vida intelectual del siglo recién concluido— se retira, hace mutis de la escena.
Q. E. P. de D. D.