El bailarín y coreógrafo José Limón (Culiacán, Sinaloa, 12 de enero de 1908 – Flemington, Nueva Jersey, 2 de diciembre de 1972) es una figura clave en la historia de la danza moderna y referente imprescindible en dicha disciplina en nuestro país.
Hombre de fuerte personalidad y fina cortesía, bailarín sensible, luminoso y de poderosa presencia, coreógrafo de 74 obras, creador no solamente de un estilo sino de una técnica dancística que legó a posteriores generaciones y que se enseña en diversas partes del mundo”, así recordó Ofelia Chávez, directora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de la Danza José Limón (Cenidi-Danza), a quien consideró “uno de los pilares fundamentales de la danza moderna del siglo XX”.
En el marco del 109 aniversario del natalicio del coreógrafo y bailarín, destacó que el Cenidi-Danza desde su creación en 1983, lleva el nombre de José Limón para honrar a una de las figuras mexicanas de reconocimiento internacional, además de que en México se otorga el Premio José Limón.
La relación con la danza de este coreógrafo y bailarín comenzó tarde, a los 20 años en Nueva York cuando vio su primer espectáculo y comprendió que ahí estaba su futuro. Al respecto, el propio artista comentó que lo que presenció entonces simplemente le cambió la vida. “Vi la danza como una visión de poder inefable. Un hombre puede, con dignidad y torrencial majestuosidad, bailar. Bailar como las visiones de Michelangelo y como baila la música de Bach”.
Se matriculó entonces en el estudio de Doris Humphrey y Charles Weidman y a pesar de las dificultades que encontró en su propio cuerpo, por unas piernas de músculos demasiado endurecidos por su faceta de corredor, Limón no tardó en demostrar sus grandes aptitudes para la danza y unos meses después debutó como bailarín en el musical Americana.
Además de ser durante muchos años solista de la compañía de Humphrey Weidman, en 1946 estableció en Estados Unidos su propia compañía, Limón Dance Company aún activa y más tarde en 1951 empezó a enseñar en la prestigiosa academia Juilliard, en Nueva York.
A México, llegó invitado por Miguel Covarrubias en un momento en que la danza en nuestro país, explicó la bailarina y docente Elizabeth Cámara, “vivía una etapa de desunión y de indefinición respecto al rumbo que quería tomar a nivel estético”.
La también ex directora del Cenidi-Danza aseguró que la presencia de este creador en México marcó “una de las épocas más brillantes de la danza mexicana. Es una época de gran producción donde a partir de las visitas que realizó, no solamente vino y montó, sino que dio clases y estimuló la creatividad de los bailarines mexicanos de ese momento para que realizaran obras que incluso han llegado a ser obras icónicas, como el Zapata de Guillermo Arriaga”.
Y es que una de las principales aportaciones de José Limón fue su método de enseñanza, pues sistematizó una técnica derivada de los movimientos de su propia obra y de los principios analizados por su maestra Doris Humphrey en temas como la caída y la recuperación, así como la tensión y relajación.
Elizabeth Cámara indicó que “toda esa enseñanza floreció en la mente y en el trabajo de José Limón hasta constituirse en una técnica que se conoce como la técnica Limón, que se ha difundido en muchos lugares no solamente de Estados Unidos, sino de México y otras partes del mundo. Es una técnica muy noble, una técnica formativa, que genera cuerpos muy expresivos y hay bailarines que han surgido a partir de ahí, como Louis Falco y como ha habido tantos otros, Daniel Lewis que fue uno de los alumnos que más se preocupó por incluso escribir la técnica y publicó el libro La técnica ilustrada de José Limón”.
Por su parte, Ofelia Chávez precisó que bajo principios como respiración, caída y recuperación, suspensión, tensión, relajamiento, flujo de sucesión, oposición y cambios de peso y aislamiento de las distintas partes del cuerpo, “creó un estilo de danza fluida, lírica, rítmica y teatral que José Limón desarrolló, experimentó y engrandeció con sus alumnos de la Juilliard”.
En esta técnica, añadió, “el bailarín aprende la respiración como fuente de la que surge todo movimiento, la sensación que se convierte en la ‘forma’ del movimiento. El movimiento orgánico y no como sucesión de posiciones, la filosofía de movimiento como inspiradora de calidades, la arquitectura del movimiento, las variadas dinámicas, la creación coreográfica con una frase de movimiento, el trabajo fino de las manos”.
Y es que, de acuerdo con Ofelia Chávez, este intérprete concibió al cuerpo humano como una orquesta en la que cada parte del cuerpo sería un instrumento musical. “Este concepto permaneció siempre con él y le sirvió posteriormente en su actividad como maestro. El aprendizaje a moverse o a bailar se hace por segmentos. Primero por separado y luego en conjunto armónico, como una orquesta. De esta manera Limón desarrolló una serie de ejercicios que permite controlar el peso de cada parte del cuerpo mediante el trabajo aislado”.
Por ello, dijo, la conciencia del cuerpo y la sensación de dominio fue su sello personal, lo que dio a la técnica también conocida como Humphrey Limón una nueva dimensión, en un estilo que involucra uno de los vocabularios de movimiento más complicados y se sustenta en el espíritu y esencia de la vida.
Chávez también recordó que la obra de José Limón incluye 74 coreografías, las cuales son profundamente musicales, donde la sinceridad de sentimientos motiva cada movimiento, así como una intensidad emocional.
La conciencia de la fuerza de la gravedad en su atracción hacia la tierra logra que José Limón y sus danzas tengan la fuerza que las caracteriza y el que la lucha de los opuestos musculares sea una metáfora de la lucha de las almas”.
En sus obras, apuntó, los bailarines aprenden a buscar los significados profundos del movimiento, mientras que en las piezas de temas heroicos, el movimiento es expansivo, ya que el artista “encontraba al observar el gesto natural, la manera de traducirlo, exagerarlo o de trasmitir lo que fuese necesario decir, con impacto directo con rapidez y fuerza hacia el público”.
Elizabeth Cámara consideró que las de José Limón “son obras de un fuerte contenido dramático. Son obras muy bien estructuradas, que tocan el corazón del público, tan es así que se siguen conservando. La Pavana del Moro se sigue bailando” y entre su repertorio se encuentran piezas como Tonantzintla y Antígona, mientras que Redes y Missa Brevis son obras de carácter universal que no pierden vigencia.
Los olvidados es una coreografía sin música sobre grupos indígenas y Carlota fue la última pieza de José Limón, inspirada en Maximiliano y Carlota, con la cual regresa a sus orígenes mexicanos que lo inspiraron a lo largo de toda su vida.
Por su parte, Ofelia Chávez indicó que La Pavana del Moro de 1949 es su obra maestra, basada en la historia de Otelo de Shakespeare con música de Henry Pucell, que le valió el reconocimiento por su capacidad de crear situaciones dramáticas con los medios de la dramaturgia y caracterización de la danza.
Explicó que se trata de una obra apasionada y elegante con economía, precisión en el movimiento y exactitud, por lo que ha sido la obra coreográfica más distinguida, por la que Limón recibió el Premio Nacional en 1950.
La especialista también destacó Ofrenda Coreográfica, obra en tributo a Doris Humphrey con música de Bach y Salmo, pieza en silencio sobre frases respiratorias y ritmos grupales que versa sobre el holocausto judío.
Finalmente, Cámara apuntó que José Limón colaboró con los grandes de su época como los músicos Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Blas Galindo y José Pablo Moncayo; además de Antonio López Mancera, en cuestión de escenografía, y Emilio Carballido como guionista, “se reunió para crear del movimiento dancístico, un movimiento realmente importante a nivel mundial”, que además fue muy grato para el público y muy inspirador para los bailarines.