El serbio, de 24 años, estrena su condición de nuevo número uno con su primera victoria en el pasto sagrado de Wimbledon, tercer Grand Slam de su palmarés. Es la quinta final del año que el ex número del mundo  cede ante Djokovic.

Decía Djokovic  en el preludio de la batalla que no tenía nada que demostrar a nadie. Y qué gran mentira. Todo lo que había hecho el serbio hasta hoy era prepararse para un día como éste. La fecha en la que tenía que reafirmar sobre la pista su estrenada condición de número uno a costa de Nadal y con la Central Court de fondo.

Esa hierba donde nacen las leyendas y se reafirman los mitos. Desde Sampras, pasando por Federer y Borg, para llegar a un tenista español que pese a la derrota no para de sorprendernos. "Cuando Rafael era niño le dije que lo principal era ganar Wimbledon", esa fue la última consigna de Toni Nadal antes de la gran final.

Una final sobre un tapete verde donde pesaban demasiado los cuatro últimos antecedentes entre los contendientes. Un póquer de puñetazos en la cara del balear: primero fueron Indian Wells (4-6, 6-3 y 6-2) y Miami (4-6, 6-3 y 7-6), después Madrid (7-5 y 6-4) y Roma (6-4 y 6-4). Cuatro derrotas y la sensación de que Nadal no sabía cómo meter mano a Djokovic. El quinto duelo no hizo más que corroborarlo.

Sus envites en el 2011 habían demostrado que el español era más que vulnerable para la nueva fórmula del serbio: atacar en su ascensión con su revés a dos manos la derecha cruzada y alta del balear. Pero el bote irregular y tímido sobre la hierba anulaba la ecuación. Ese bote bajo de la bola por una vez jugaba a favor del mejor liftador de la historia. Ironías de la vida.

Arrancó el partido con el respeto mutuo grabado a fuego en cada golpe. Una suerte de tanteo mutuo para verlas venir, entre carreras medidas y golpes certeros pero obviando el factor riesgo. Un duelo a la numantina, con las defensas arriba y la retaguardia bien cubierta, hasta que las dudas de Nadal entraron en escena. Con 4-5 y servicio, Nadal entregó el set con dos errores no forzados.

Lo que ocurrió después fue una montaña rusa de nervios, inseguridades, ansiedad y miedo por ambos partes. El español se derrumbó en un segundo set que entregó mansamente. Acto seguido al balcánico le entró el pánico y permitió a su rival entrar en el partido. El último acto fue un quiero y no puedo del español, que lo dio todo ante un tenista que a día de hoy es más y mejor que él. Y que hoy perdió algo más que Wimbledon.