“Sonó como un colibrí”, relató don Domingo, al recordar al proyectil que golpeó al niño José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, justamente ya hace un mes, en la trifulca entre pobladores de Chalchihuapan y policías estatales
Enfáticamente, asegura, junto con su hijo, que jamás tronó algún cohetón, mucho menos que alguna onda expansiva los afectó; está convencido de que fue una bala de goma. “Los cohetes tronaron hasta como 20 minutos después, cuando la gente se encabronó cuando se enteró que un niño estaba herido”, dijo.
Con un pie con guarache, arriba de la jardinera de la plaza pública, a un costado de la presidencia auxiliar de esta comunidad, y acomodando constantemente su sombrero de palma, platicó, junto con su hijo Ramiro, a Intolerancia Diario, pobladores y a ediles alternos lo que vivió un mes atrás.
Padre e hijo pidieron anonimato en la plática y hasta un cambio de nombre, de salir publicado el relato, al temer por su integridad física, por ser los únicos testigos del momento exacto en que fue agredido José Luis Alberto.
Don Domingo, campesino de aproximados 50 años, contó cómo se guareció del ataque de los policías en una barda, pocos metros atrás de su hijo Ramiro —un joven veinteañero— y el niño José Luis.
De pronto, Ramiro empezó a gritarle a su padre que ayudara al menor que había caído, justamente después del “sonido de colibrí”; don Domingo, que estaba atrás dos o tres pasos, corrió a levantarlo.
El cuerpo de José Luis había caído a un lado de un charco de lodo, lo que fue su primera preocupación, alzándolo inmediatamente para que no se ensuciara.
Fue justo en ese momento cuando le empezó a brotar la sangre de un costado de su cabeza, ahí vio por primera vez la gravedad de la lesión. "Aunque seguían tirando los policías, lo cargué para ponerlo a salvo", comentó don Domingo y, con José Luis entre sus brazos, caminó hacia otro sitio lejos de los proyectiles que lanzaban los uniformados.
Parte de lo relatado puede apreciarse en un video tomado con un teléfono celular, que ha dado la vuelta a México, donde aparece José Luis sólo unos segundos después de sufrir la lesión que lo llevara a la muerte.
El testimonio de don Domingo ahora forma parte de las investigaciones que continúan realizando en el poblado personal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), pero no así de la Procuraduría General de Justicia de Puebla (PGJ).
—¿Le han tomado su declaración?
—Los de derechos humanos.
—¿Y la PGJ?
—No, esos no.
—¿Ustedes escucharon en ese momento la detonación de un cohetón?
—No, qué va, sólo se oía cómo nos disparaban los policías
—¿Y cómo suena?
—Un ssssshhhhh, sonó como un colibrí —dijo, al chasquear la boca.
El trágico recuerdo
José Luis Tehuatlie Tamayo falleció el 19 de julio, 10 días después de la manifestación que cimbró al gobierno de Puebla. A un mes de la protesta, queda como recuerdo la tumba del niño de 13 años de edad, donde dos cruces blancas con letras doradas explican o justifican muy a su modo la pérdida.
"Faltaba un ángel y volaste al cielo"; "un angelito se fue de mi lado, para estar contigo señor"; "descanse en paz en la nueva vida", se lee entre la montonera de tierra repleta de flores recién colocadas.
Aquel 19 de julio, pobladores de Chalchihuapan se enfrentaron contra policías estatales durante un violento operativo de desalojo de la autopista Puebla-Atlixco, el cual dejó como saldo decenas de personas lesionadas y la muerte de José Luis.
Desde entonces, los manifestantes aseguran que fueron agredidos con balas de goma, pero las autoridades de Puebla afirman que no manejaron dichos proyectiles, al tiempo de señalar que fue la onda expansiva de un cohetón ló que mató al niño.
Al tornarse en un escándalo internacional por la violación de derechos humanos, distintos sectores, incluyendo senadores y diputados federales, han pedido juicio político contra el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle.
El mero mero
Al pequeño de 13 años de edad sus compañeros de la escuela secundaria Ricardo Flores Magón lo tenían considerado como “el mero mero” en las calificaciones. Simplemente, era el aplicado del salón.
Para su entierro, sus amigos se organizaron solos, sin que nadie se los pidiera o los coordinara, ni siquiera con maestros de por medio, todos juntos llegaron con su uniforme de escuela para darle el último adiós, como ellos lo saben hacer, con los toques de su banda de guerra.
Algunos de sus compañeros platicaron a Intolerancia Diario que José Luis era muy querido en la escuela, por lo mismo nunca dudaron en despedirlo con redobles de tambor.
Incluso, entre risas —aunque con pocas palabras muy característico en jovencitos de su edad y sobre todo ante un extraño—, señalaron que su compañero tenía de promedio 9.5 de calificación, por lo que era admirado.
Esta admiración no sólo era producto de su dedicación al estudio, sino de que además su tiempo libre lo invertía trabajando en el campo, como jornalero, ayudando a su madre, Elia Tamayo. Por este trabajo de cosecha o siembre no ganaba un solo peso, simplemente ayudaba a su progenitora para que acabara más rápido.
Justamente el 9 de julio fatídico, ya había salido de la escuela, contaron los niños sin dejar de mirarse unos, como buscando la aprobación de contar algunos detalles al extraño.
Así fue como recordaron que se dirigía aquel día, junto con su madre, al campo a trabajar, como lo hacía todos los días de cosecha de maíz y como lo había hecho en las últimas semanas.
Por eso, dijeron, no portaba su uniforme, porque ya había ido a su casa a ponerse la ropa para trabajo, pero desafortunadamente se topó con la manifestación que a la postre le cortaría su vida.
En esta protesta, donde exigían el regreso del Registro Civil a la comunidad, había muchos conocidos, entre vecinos, amigos y compañeros. Nunca pensó que acabara en una batalla campal contra los policías.
Ahora sus amigos dicen que van a extrañar al amigo José Luis, al asegurar que lo respetaban tanto que no tenía apodos, contrario a lo que algunos medios de comunicación señalaron, simplemente era José Luis.
Van a extrañar sus cascaritas de fútbol en los recesos, donde se destacaba por ser el goleador a quien todos querían en su equipo.
Extrañarán que siempre se pusiera un nombre de algún jugador de su equipo favorito, las Chivas de Guadalajara, cuando jugaba fútbol y que a algunos hasta los ayudaba en los exámenes pasándoles algunas respuestas.
José Luis Tehuatlie Tamayo se ganó no sólo el corazón de su pueblo a sus escasos 13 años de edad, sino ahora es estandarte de una lucha que jamás pensó siquiera participar.
Ahora yacen sus restos mortales a unos cuantos metros de la autopista donde empezó todo, justamente hace un mes, y muy cerca de los campos de cultivo donde luchó por su familia.
o estaba herido.”