Amigos y amigas:
Mayo es el mes que dedicamos a María, la Madre de Jesús, y justo es que un día de este mes esté dedicado a nuestras madres de la tierra.
En la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre y casi siempre debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual. Pero la madre, aun siendo muy exaltada desde el punto de vista simbólico —tantas poesías, tantas cosas bellas que se dicen poéticamente de la madre—, es poco escuchada y poco ayudada en la vida cotidiana, poco considerada en su rol central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres a sacrificarse por los hijos para “ahorrar” en los gastos sociales.
Sucede que también en la comunidad cristiana la madre no es siempre justamente valorada, es poco escuchada. Sin embargo, al centro de la vida de la Iglesia está la Madre de Jesús. Quizás las madres, dispuestas a tantos sacrificios por los propios hijos, y a menudo también por aquellos de los otros, deberían ser más escuchadas.
Las madres son el antídoto más fuerte a la difusión del individualismo egoísta, nos ha dicho el Papa Francisco. “Individuo” quiere decir “que no puede ser dividido”. Las madres, en cambio, se “dividen”, ellas, desde cuando acogen un hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer. Son ellas, las madres, quienes odian mayormente la guerra, que mata a sus hijos.
La sociedad sin la figura materna sería una sociedad deshumana, porque las madres siempre saben testimoniar incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral. El papa Francisco nos ha dicho que “las madres a menudo transmiten también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscribe el valor de la fe en la vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin muchas explicaciones: éstas vendrán después, pero la semilla de la fe está en esos primeros, preciosísimos momentos. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo”. Y la Iglesia es madre, con todo esto. ¡Es nuestra madre! Nosotros no somos huérfanos, tenemos una madre. La Virgen y la madre Iglesia y nuestra madre. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres.
Queridas ´mamás, gracias por lo que son en la familia y por aquello que dan a la Iglesia y al mundo.
Que Dios las bendiga y bendiga a sus familias.