"Oh Jesús —escribió santa Faustina— deseo vivir el momento actual, vivir como si este día fuera el último de mi vida; aprovechar con celo cada momento para la mayor gloria de Dios, disfrutar de cada circunstancia de modo que el alma saque provecho. Mirar todo desde el punto de vista de que sin la voluntad de Dios no sucede nada”.
¡Que hermoso! sería apropiarnos de estos deseos de la Secretaria de la Divina Misericordia, ahora que, este Domingo, con el inicio del Adviento, comenzamos un nuevo Año Litúrgico.
“La Santidad de Dios es derramada sobre la Iglesia… y sobre cada alma que vive en ella”, afirmaba la santa. Esto podemos experimentarlo particularmente en cada etapa del Año Litúrgico, en el cual contemplaremos, paso a paso, a Jesús, desde su encarnación hasta su pasión, muerte, resurrección y ascensión al Cielo, para descubrir todo el amor de Dios, dejarnos salvar y guiar por Él, seguirle, y ser así plenamente felices en esta tierra, y luego felicísimos por toda la eternidad en el Cielo. Con el Adviento comenzamos esta maravillosa aventura de amor y de vida. Adviento quiere decir “presencia” o “llegada”
Así expresamos que en Jesús, nacido en Belén para salvarnos, Dios cumplió su promesa, inaugurando una forma nueva de estar con nosotros, permaneciendo en nuestro mundo y en nuestra historia de una manera oculta, la cual se hará plena cuando Él vuelva para darnos la felicidad eterna. Por eso el Adviento está lleno de la más profunda verdad sobre Dios y sobre todo ser humano, como afirmaba el Papa Juan Pablo II. Recuerda y actualiza que en Cristo, el Padre entra en nuestra vida para guiarnos por esta travesía hacia la eternidad. Travesía que, aun siendo hermosa y apasionante es también dolorosa y difícil, como expresaba san Agustín: “En las cosas adversas deseo las prósperas, en las prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida no sea una lucha?”.
La vida es lucha; pero con Jesús triunfamos
Si, la vida es una lucha en la que cada uno decide que hacer en la prosperidad, y como enfrentar el dolor. Unos, ofuscados por las preocupaciones de esta vida, como si no hubiera otra, eligen “fugarse” encerrándose en el egoísmo, embriagándose de sensaciones y emociones fuertes, haciéndose esclavos de los vicios y del libertinaje, hasta entorpecer su mente, apagar el brillo del sol del amor divino en sus vidas, y dejar que caiga la estrella de su dignidad, llenándose de terror y de angustia. Sin embargo, existe otro camino; un camino que Jesús viene a mostrarnos, y que consiste en levantar nuestra inteligencia hacia los goces que nos esperan en la patria celestial.
Así nos daremos cuenta que los males terrenos, que a veces sentimos sumos y extremos, pasarán; que el mundo, tal y como lo conocemos, “se conmoverá, para adquirir un estado más perfecto”—como dice san Eusebio—, cuando Él, que ya vino a iniciar su obra, vuelva para culminarla. “Todo aquello que para nosotros es durable no lo es eternamente sin mudanza”, decía san Gregorio.
En cambio con Jesús la felicidad será plena y permanente. Por eso san Agustín, que reconocía que esta vida es una lucha, afirmaba: “toda mi esperanza estriba solo en tu muy grande misericordia ¡Dame Señor lo que me pides, y pídeme lo que quieras!”
“Que hay en la oración sino aquella duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir a caer, o de adquirirnos el perdón habiendo caído”, exclamaba en “Hamlet” el Claudio de Shakespeare, quien concluía: “Todo, todo puede enmendarse”.
En este Adviento elijamos el camino correcto, y hagámosle caso a Jesús, que nos muestra su misericordia y nos da su salvación, enseñándonos que, vigilando y haciendo oración continuamente, meditando su Palabra, recibiendo sus sacramentos, y rebosando de amor hacia los que nos rodean, conservaremos sanos e irreprochables nuestros corazones, hasta el día en que Él vuelva, en compañía de sus santos, para llevarnos a una vida plena y eternamente feliz.Confiando en la ayuda de nuestra Madre María Santísima, hagámosloasí