Las bodas de Caná
(cfr.Jn2,1-11)

“Hagan lo que Él les diga”, nos aconseja María, la criatura que mejor conoce a Cristo, Ella sabe que solo Jesús, Dios hecho hombre, puede darnos y mostrarnos el camino hacia la verdadera, plena y eterna felicidad.

Que por eso, el Hijo eterno del Padre entró en nuestra historia y se ha quedado para siempre con nosotros, en casa, en la escuela y en el trabajo, en nuestros ambientes de noviazgo y de amistades, en la calle, el cine y la discoteca. Está con nosotros y nos conoce a fondo; lo que somos, lo que tenemos, lo que nos sucede y lo que deseamos.

Él sabe de nuestras alegrías y de nuestras penas, tristezas, desilusiones, fracasos, dolores y preocupaciones. Nada le es lejano ni distante.

De ahí que le encontremos en una convivencia tan humana como una boda ¿Y no es una boda una especie de “síntesis” de la vida?

En ella, el hombre y la mujer, creados por Dios con la capacidad y la responsabilidad de amar, buscan incansablemente la felicidad, que se encuentra en el amor, que es preocuparse y ocuparse del otro, hasta el sacrificio.

Es una boda están también muchas personas: la familia, los amigos, e incluso hasta algún enemigo, es decir, la sociedad en toda su diversidad: ancianos, niños, jóvenes adultos, con diferentes formas de ser, sentir, de pensar y de actuar. Como en la vida misma de cada día.

Pero en esa boda se acabó el vino, símbolo del amor y la alegría ¡Qué problema!

Y quizá, en medio de la angustia y la sensación de fracaso, los novios y los suyos comenzaron a buscar culpables. El primero, Dios. ¿Qué no podía Él haber evitado esa tragedia?

Luego, cada uno pensaría: “Si mi novia (o mi novio) hubiera previsto las cosas, esto no habría pasado”.

Si mis padres no se hubieran metido, todo estaría bien”. “Si mis suegros, mis familiares y amigos no hubieran bebido tanto, sobraría vino”.

“Si la crisis no fuera tan terrible, habría comprado más vino y esto no hubiera sucedido. Ahora los envidiosos tendrán de que hablar”. Y, probablemente, alguno pensó: “Por mi culpa todo fracasó ¿De qué sirve esforzarse? Todo está perdido”.

“Hagan lo
que él les diga”

¡Cuántas veces nos pasa igual!, vamos por la vida llenos de ilusiones, deseosos de ser los mejores y triunfar. Incluso, probablemente hasta luchemos por alcanzar la santidad.

Sin embargo, frecuentemente contemplamos horrorizados como se acaba el “vino” de la autoestima, de la propia identidad, y del deseo de superación; el vino de la fe, de la esperanza, del amor y de la paz: el vino de la fidelidad, de la comprensión y de la confianza en el matrimonio, en la familia, y en nuestro noviazgo; el “vino” del respeto a los derechos humanos, de la justicia y de la solidaridad en nuestra sociedad en nuestra sociedad, quedando en la vasija de nuestra vida solo el olor de la desilusión, la tristeza, la soledad, el sinsentido y la desesperanza.

¿Y qué pasó en aquella boda cuando todo parecía perdido?

Que María les dijo a los angustiados este insuperable consejo: “Hagan lo que Él les diga”. También hoy nos dice: “Fíense de la Palabra de mi Hijo”.
Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, (…) para hacerse así “pan de vida” ¡Si!

Jesús es el Pan de Vida que nos indica que hacer: poner todo lo que está de nuestra parte para seguir creyendo, esperando, amando y edificando, con los talentos que Dios nos ha dado, y Él hará el resto.

“Tales son los milagros de Jesucristo, que todo lo que hace es mucho más útil y hermoso que lo que se hace por la naturaleza, comenta san Juan Crisóstomo.

¡Dejémonos ayudar por Él, presente en su Iglesia, a través de su Palabra, de sus sacramentos y la oración!

No olvidemos que contamos con la intercesión de María Santísima. En Caná Jesús había dicho “no ha llegado mi hora”, pero “al fin hizo lo que su Madre le había pedido”. Así “se muestra la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas, comentaba el Papa Juan Pablo II. Consciente de esto, Dante Alighieri puso en labios de san Bernardo estas palabras: “Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas” ¡Unámonos a Ella!, especialmente a través del Santo Rosario, donde nos invita a “esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor”.

Si así lo hacemos, aquella situación que creíamos perdida se transformará  a tal punto, que, proclamando el amor de Dios, día tras día, podremos decir: “Has guardado el vino mejor hasta ahora”.