En nuestro itinerario cuaresmal, el segundo domingo nos presenta en los 3 ciclos el Pasaje de la Transfiguración. Sin embargo, es muy importante recordar que el Evangelio de Mateo es una obra dirigida, principalmente, a los cristianos venidos del judaísmo, por lo que muchos de los signos que encontramos en este evangelio servían para que estos hermanos pudieran descubrir que en Jesús, llegaba a cumplimiento todo lo que Dios había anunciado en el Antiguo Testamento. Esta intención del evangelista es válida hoy para nosotros, pues estos mismos símbolos nos ayudan a ver en Cristo el cumplimiento de toda la ley y los profetas.
Por eso el primer signo es que Jesús va a un monte alto, símbolo del Sinaí, sitio donde Dios se ha revelado a Moisés. Entonces, Jesús, se nos presenta en este domingo como un nuevo Moisés, que sube al monte para encontrarse con Dios. El evangelista nos dice que en ese momento Jesús se transfigura, mostrando su gloria y aparecen Moisés y Elías, quienes sostienen un diálogo con él.
Después hay una intervención de Pedro y así llegamos al centro del mensaje de la Palabra de Dios en este domingo, pues señala que Pedro no había terminado de hablar cuando una nube los cubrió y de ésta salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo”. Esta es la palabra cumbre, escuchar. Y es que en nuestro itinerario cuaresmal es fundamental escuchar la Palabra de Dios, pues recordemos de ya el domingo pasado Jesús decía: “No solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Ahora podemos comprender que en Jesús se está cumpliendo la promesa que Dios le hizo al pueblo de Israel, cuando a través de Moisés le indicó: “Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti” (Dt. 18, 18), es decir, Dios iba a suscitar un profeta semejante a Moisés, un profeta que hablara con Dios cara a cara, como un amigo (cfr. Ex. 33, 11), un profeta en el cual Dios pondría sus palabras (cfr. Dt. 18, 18) y al cual tendrían que escuchar (cfr. Dt. 18, 15).
Como podemos ver, entonces, todo gira en torno a este mandato: “Escucha”. Pero, ¿qué significa escuchar? Escuchar es el primer mandamiento que Dios le ha dado a Israel (cfr. Dt. 6, 1.4), por eso cada mañana el pueblo hebreo repite estas palabras: “Shema Israel” (Dt. 6, 4), es decir, “escucha Israel”; de esta forma recuerdan cada día cuáles son los mandamientos del Señor, disponiéndose a acoger su voluntad (cfr. Dt. 6,4; Mc. 12, 29).
Escuchar significa entonces “acoger la Palabra de Dios, abrirle el corazón” (cfr. Hc. 16, 14), ponerla en práctica (cfr. Mt. 7, 24) y, sobre todo, obedecer, pues la obediencia es la libre adhesión del hombre a la voluntad de Dios, la cual se manifiesta por la palabra de la fe (cfr. Rm. 10, 17), que da al hombre la posibilidad de hacer de su vida un servicio a Dios y a los hermanos.
Pero hemos de reconocer que no siempre estamos dispuestos a escuchar la voz de Dios, por eso, para aprender a hacerlo, sigamos el ejemplo de María, la cual ha acogido la Palabra de Dios (cfr. Lc. 1, 38) y la ha guardado en su corazón (cfr. Lc. 2, 19.51) y Jesús nos la presenta como modelo de un verdadero discípulo cuando dice: “Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lc. 11, 28).
Pidamos al Señor que en este itinerario cuaresmal abra nuestro oído (cfr. Is. 50, 5) para que escuchando al Hijo amado (cfr. Mt. 17, 5) aprendamos a obedecer, haciendo siempre lo que nos diga Él (cfr. Sal. 40, 7-9; Jn. 2, 5) que es el camino que nos conduce al Padre (Jn. 14, 6).