La palabra de Dios que escuchamos en este día, nos invita a renovar nuestra fe en el Señor Jesús, y aceptar su plan de vida, que le da sentido a nuestra existencia. En este fragmento que meditamos en este domingo encontramos el anuncio del sufrimiento, muerte y resurrección de Jesús, en Jerusalén, notamos que es una continuación del Evangelio del domingo pasado, donde reconocía la fe del apóstol Pedro, que lo acepta como el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

En estos versículos del Evangelio de San Mateo de este domingo, la conducta de Pedro es intrigante, ya que siente que tiene que disuadir a Jesús de emprender este viaje que lo llevará a la muerte, y piensa que es incomprensible que el Mesías tenga que padecer. 

En la mentalidad de Pedro no cabe ni siquiera la idea del fracaso de Jesús. Para él, es un Mesías victorioso que debe ser reconocido por todos. No puede acabar en la muerte, vencido por sus enemigos. 

Es una reacción parecida a cuando le vio que se ceñía la toalla, en la cena de despedida, y quería lavarles los pies: tampoco eso cabía en la cabeza de Pedro. 

Todavía no había entendido ni que el Mesías debía sufrir, ni que la autoridad hay que ejercerla como servicio. No será sino hasta después de la resurrección y habiendo recibido el Espíritu Santo, que los discípulos empezarán a captar todo lo que han recibido y experimentado en el contacto y la convivencia con Jesús. 

Llama la atención que inmediatamente después de esta confusión Jesús invite a sus discípulos a seguirlo, remarcando la acción de negarse a sí mismo y tomando la propia cruz, y esto no significa menospreciarse, no nos pide renegar “lo que somos”, sino lo que “hemos llegado ser”. 

Nosotros somos imagen de Dios, somos por ello “algo muy bueno”; de lo que hemos de negar, no es de lo que ha hecho Dios, sino de lo que hemos hecho nosotros, usando mal nuestra libertad, negar significa por lo tanto, en realidad, como lo explica el mismo Jesús, “volver a encontrar”: “Quien pierda su vida por mí, la encontrará”; esto es una invitación a confiar plenamente en Jesús, aceptar su proyecto y no inventarse uno al propio modo, la meta de Jesús es entregar la vida por amor a los hombres. 

Además, negarse quiere decir, comprender que en la medida en que el discípulo se fija más en la voluntad de Dios, y en las necesidades de sus hermanos se alcanza a apreciar mejor a sí mismo. 

Y cargar la cruz, no quiere decir, simplemente aceptar los sufrimientos, como si hubiera que resignarse a eso, sino que con el sufrimiento en sí, tiene que ver con el amor, con la entrega; cargar con la cruz significa pues amar hasta el extremo.

Y por consecuencia, Jesús les hace esta advertencia: “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará”. Jesús está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero valor de la vida. 

Porque quien busque evadir o le saque vuelta a la entrega de la vida, la está perdiendo; en cambio, el que la entrega por Jesús y su proyecto la está ganando. 

La invitación de Jesús no es fácil aceptarla, pero es para darle un verdadero sentido a nuestra vida y existencia, para conducirnos a una vida plena y eternamente feliz, es un llamado a todos a seguir el camino que parece más duro y menos atractivo, pues conduce al ser humano a la salvación definitiva.

Hacer esa elección de vida conlleva evitar la tentación que hirió a Pedro, quien aunque bien intencionado, ante el anuncio de Jesús de que padeciera y moriría por amor, creyéndose más inteligente que Dios, trató de disuadirlo, influenciada por la manera de pensar, limitada y superficial de los hombres. 

“No se dejen transformar por los criterios de este mundo”, nos dice San Pablo: “Dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente” (cfr. Rom. 12, 1-2), el apóstol nos invita a renovar nuestra manera de pensar y nuestros criterios de actuación. 

Sólo así, transformados por Dios, podremos modificar nuestra vida, nuestra existencia y nuestro mundo . 

Porque para salvar la vida humana en el mundo hemos de aprender a negarnos a nosotros mismos y a tomar nuestra cruz de cada día, hemos de aprender a perder para ganar, ganar la verdadera vida con Dios.