En este domingo II de Cuaresma el Evangelio de Marcos nos presenta a tres de los discípulos de Jesús: Pedro, Santiago y Juan; que experimentan algo fascinante en lo alto del monte, el Maestro se transfigura ante sus ojos.

Son capaces de ver todo el esplender de Jesús, perciben su gloria en la luz que irradia todo su ser. Hay miedo, existe la confusión; y dentro de todo esto, emerge de los apóstoles decirle al Maestro.

“Señor, ¡qué bien se está aquí! ¡Hagamos tres tiendas! ¿Para qué dolor, sufrimiento, muerte? Quedémonos aquí para siempre.

Es la experiencia que podemos tener como tentación de no asumir las consecuencias de nuestro pecado. El hombre de hoy no tiene el sentido del dolor, como purificación, como fortaleza. 

Es necesario reconocer nuestra incredulidad de quien es Jesús. El nos enseña el valor del dolor en la cruz. Su pasión y muerte va hacia la resurrección. Es la plenitud de su obra.

Debemos valorar las consecuencias de nuestras debilidades, que Dios permite en algún momento de nuestra vida, que si son dolorosas, intensas o suaves y sencillas. 

Para no rechazar los momentos difíciles, donde la tentación nos puede llevar a abandonar el camino que el Señor quiere para nosotros.

Abraham en el libro del Génesis, nos muestra que la obediencia a Dios que muchas veces es contrapuesta a lo que el hombre busca. 

Pero la fe en Él llevará a encontrar la respuesta favorable de Dios al hombre. Dios no busca el dolor y sufrimiento del hombre, lo permite para fortalecer al hombre.

Él siempre está cerca del hombre

El salmo 115, da gloria a Dios, porque Él siempre está cerca del hombre; es emocionante el ver como Jesús mismo y sus discípulos cantaron este salmo en la última Cena, porque confiaban plenamente en el Señor Yahvé Dios de Israel.

Por eso es necesario recordar las palabras de Pablo a los romanos: “Dios está a nuestro favor” es vivir la confianza total en el amor y el perdón, esto la Iglesia nos invita a vivir en la Cuaresma.

Confiemos en Él y demos respuesta de perdón a nuestros hermanos. Y en los momentos difíciles abramos nuestro corazón a la voz de Dios, que nos invita a reconocer a Jesús como su hijo amado y también a escucharlo con humildad y disponibilidad de corazón. 

 

Paulo Carvajal Ramos